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Actualizado: 31 de mayo de 2025


¿Y Jenny Hawkins me ha hecho esas acusaciones? Y las renovará por escrito. Se ha comprometido á ello formalmente. De todo lo hablado, la despierta inteligencia de Sorege no retuvo más que ese futuro: las renovará. Luego Jenny no había escrito nada todavía. Entrevió la salvación y tuvo un acceso de hilaridad que sonó de un modo extraño en el silencio del salón.

Empiezo á comprender. Pero, querido amigo, ¿vamos á echarnos á perseguir á Jenny Hawkins? La empresa podría llevarnos lejos si la moza está recorriendo el mundo. Tranquilícese usted. No se trata, por ahora, de viajar. Eso vendrá, acaso, más tarde. Jenny Hawkins tiene que venir á Londres y no puede escapársenos.

El lazo entre Jenny Hawkins y Jacobo aparecía ya, y aquel primer hilo de la trama en que el desgraciado había sido envuelto, se dibujaba á los ojos de los dos amigos. ¿Qué hay en mi relato que os asombre particularmente? preguntó Jacobo. Ese nombre de Juana Baud que pronuncias por primera vez. Tenía serias razones para no hablar de esa joven. Las comprenderéis cuando os cuente toda mi aventura.

Si Jenny Hawkins era Juana Baud, existía una sustitución de estado civil y Lea Peralli vivía con un nombre que no era el suyo. Pero, entonces, ¿quién era la muerta? Aquí Tragomer se estrellaba contra realidades abrumadoras. La mujer asesinada en la calle Marbeuf era Lea Peralli. Todo el mundo la reconoció y el mismo Jacobo no puso en duda su identidad.

Subimos un piso, seguimos el corredor de los cuartos de los artistas y nos detuvimos ante una puerta á la que nuestro guía llamó discretamente, diciendo: ¿Se puede, mi querida miss Hawkins? ¿Quién está con usted? preguntó desde el interior una voz que no era la de la cantante. El señor Pector y dos amigos suyos. Que pasen.

El bueno de Harvey no sospecha que él mismo va á conducir á Sorege ante Jenny Hawkins. Vamos, pues, á caer como una bomba en medio de las combinaciones de tus enemigos que no han podido concertarse y que tendrán que defenderse en un terreno difícil y molestados por toda especie de estorbos sociales; lo que vendrá muy bien para hacer igual la partida y darnos probabilidades de triunfo.

Olvidaba decirte el principal objeto de mi visita... Master Julio Harvey da una comida pasado mañana y quiere conseguir que cantes en su casa. Jenny Hawkins palideció y dijo con voz temblorosa: ¿Quién encontraré allí? ¿Qué nueva emboscada me prepara usted? ¿Qué atroz prueba quiere hacerme sufrir? Sorege respondió tranquilamente: La última prueba.

Se estaba sirviendo el plato de pastelería y Tragomer, que estaba silencioso, se volvió hacia Frecourt y le dijo en tono indiferente: Usted, que conoce á todos los cantantes del universo, ¿quién es Jenny Hawkins? ¿Jenny Hawkins, la que hace expediciones al extranjero con Novelli? Pues es, sencillamente, Juana Baud. Al oir esto, Tragomer no pudo contener un movimiento. ¡Juana Baud!

En el momento en que creyó reconocer la voz de Sorege en el cuarto de Jenny Hawkins, en San Francisco, el conde estaba en América, lo que hacía verosímil su presencia en el teatro y afirmaba con fuerza todas las consecuencias que de ella se deducían. Sus sospechas no eran ya queméricas, sino que se fundaban en un hecho real. Sorege estaba en América, luego no había coartada posible.

Eran las seis. Pasó por delante del conserje, que le dijo: Señora Hawkins viene usted con mucho adelanto. Aquí tiene su llave. La doncella no ha llegado todavía. ¿Va usted á comer en su cuarto? Lea no respondió y subió la escalera que conducía al primer piso. Siguió un largo pasillo, abrió una puerta y entró en la habitación que le servía de salón de recibo.

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