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Actualizado: 6 de junio de 2025


Siguiendo las indicaciones de Frecourt, Tragomer y Marenval se bajaron un día, á eso de las cuatro, ante el número 17 de la calle de Lancry. La portera que estaba en su casilla bruñendo un perol, respondió á Marenval en tono malhumorado: La escalera de enfrente. Si es para un ajuste, tercero de la izquierda; si es para una lección, de la derecha.

Maugirón le tocó en el hombro. ¿Vas á comer? , contigo, si quieres. Con mil amores. Tengo una mesa con Frecourt. Me alegro. Tengo, precisamente, que pedirle unas noticias. Frecourt, al que llamaban "Semifusa" era uno de los aficionados á la música más eruditos de París. Conocía todas las partituras, todas las escuelas y todos los cantantes desde hacía treinta años.

Aunque rabies, espera un poco... Canción de Silvain, los Dragones de Villars, acto segundo, escena..., dijo Frecourt riendo. ¡Vaya! Ya se desató. Déjale, dijo Tragomer. Yo encuentro su música muy digestiva. En Texas, los jefes indios hacen que les canten canciones durante las comidas. ¿Oyes, Frecourt? Los salvajes. ¡Oh!

Sirvieron el café mientras que varios socios salían ya del comedor y la intimidad del lugar se hacía mus grande. Frecourt aventuró un codo sobre la mesa y prosiguió: Si Juana hubiera sabido vivir, hubiera llegado á hacer fortuna. Tuvo un hotel en la calle de la Faisanderie y un tren suntuoso. De entonces datan sus relaciones con Woreseff y también su pasión por Sabina Leduc. ¡Anda con Dios!

Apreciable Frecourt, vas á hacernos el favor de hablarnos de todo menos de tu sempiterna música. Maugirón lanzó ese ultimátum á su amigo en cuanto se sentaron á comer. , querido, ya que no eres melómano. ¿Quieres que hable de cocina, de estrategia, de pintura, de política? No hables, lo prefiero.

Después, acosada de cerca por sus acreedores, se eclipsó para reaparecer en el extranjero con el nombre de Jenny Hawkins... El hotel fué vendido y no se oyó hablar de ella, si no es alguna vez en los periódicos. Jamás ha vuelto á París, como si guardase rencor á la gran ciudad de su desilusión. Al acabar el relato de Frecourt, todos se levantaron y se dirigieron hacia los salones.

La comida continuaba y en todas las mesas subía poco á poco el tono de las conversaciones. Era la hora benéfica en que los estómagos contentos reparten por todo el ser una especie de beatitud. Maugirón estaba benévolo y no se burlaba de Frecourt. El mismo Sorege, sentado en la mesa grande, bastante lejos de los dos amigos, sonreía, menos enigmático que de costumbre.

¿Pero qué te importa la tal Juana Baud? dijo en tono do enfado Maugirón. ¡Es inaudito lo simple que estás esta noche! No comprendes, Maugirón, contestó gravemente Tragomer. Algún día te daré explicaciones y te quedarás asombrado. En ese caso, viejo Frecourt, sigue con tu historia, puesto que parece que es palpitante. Y Maugirón se puso á fumar con aire de mal humor.

Maugirón, aquí te cojo, exclamó Frecourt; ahora eres el que canta. Una multa; que traigan champagne... ¡Qué herejías dicen estos músicos! ¡Champagne! Yo que pido limonada. Vais á probar un Château Lafite como no se bebe en ninguna parte. Yo se lo he proporcionado al círculo, porque habéis de saber que el encargado de los vinos no sabe de eso ni jota.

¡Nos estás aburriendo con tu cómico de la legua! interrumpió furiosamente Maugirón... No cómo te sufre Tragomer. Nada de eso; me interesa, por el contrario, dijo amablemente Tragomer. no entiendes de nada, Maugirón, en cuanto te sacan de catar vinos. Oye lo que decimos mientras te bebes tu Lafite... ¿De modo, Frecourt, que usted ha conocido á esa Juana Baud?

Palabra del Dia

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