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Obligados a permanecer en este encierro muchas horas, comían agachados y satisfacían otras necesidades. Muchas veces, al alejarse el santo «paso» tras larga detención, la muchedumbre reía viendo lo que quedaba al descubierto sobre el limpio adoquinado, residuos que obligaban a correr con espuertas a los dependientes municipales.

Aquellos disgustos los merecía por tener buen corazón, por meterse a hacer favores, y tal convicción sabía infundir a sus víctimas el demonio del hombre, que cuando llegaba el embargo y la apropiación del campo o de la casita, aún decían con resignación muchos de los despojados: El no tiene la culpa. ¿Qué había de hacer el pobre si le obligaban?

Esto era de búho, lo otro de mochuelo, lo de más allá de cuervo, y hablaba con respeto de cierto nido de águilas que su padre había visto de joven en aquel sitio: feroces animales que pretendían picarle los ojos, y obligaban al buen campanero a pedir la escopeta al guardia nocturno cada vez que había de visitar las bóvedas.

Amontonábanse las rocas, soldadas unas a otras, y al remontarse en el espacio, obligaban al espectador a echar la cabeza atrás para alcanzar con sus ojos la aguda cumbre. Los peñascos de la orilla del agua eran abordables. Penetraba el mar entre ellos, sumiéndose en las bajas arcadas de cuevas submarinas, refugio en otros tiempos de corsarios y depósitos ahora de los contrabandistas algunas veces.

¡Ya lo sabía yo! dijo entre dientes y mascando una imprecación Miranda. Su madre se ha muerto.... Bien lo has oído hoy. Es altamente indecoroso, altamente ridículo pronunció Miranda, cuya voz crepitaba como los sarmientos al arder , que una señora escriba así, sin más ni más, a un hombre.... Al señor de Artegui le debo obligaciones y favores dijo Lucía que me obligaban a interesarme en sus penas.

Para todas ellas, obligadas á ir varias veces al día con un cántaro á cuestas de su vivienda al río, el carro del tonel representaba el más inaudito de los lujos. ¡Un baño diario en aquel país, donde el menor soplo de viento levantaba columnas de tierra suelta, tan enormes y violentas, que obligaban á encorvarse para resistir mejor su empuje!... Como muchas de estas mujeres llevaban aún en sus cabelleras y en los dobleces de sus ropas el polvo de semanas antes, las enfurecía tal derroche de agua, como una injusticia social.

Los negocios de la casa obligaban a este taller a una incesante producción. Centenares de toneles salían de él todas las semanas para ser embarcados en Cádiz, esparciendo los vinos de Dupont por todo el mundo. En un lado del patio alzábase una torre formada con duelas.