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Actualizado: 19 de julio de 2025


Pero cuando estuviésemos casados, ya sería otra cosa; entonces todos los besos que se me antojaran, aunque sospechaba que no se los pediría con tanto ardor como ahora. Estábamos próximos ya á su casa. Los carruajes de la gente que volvía de las tertulias, al cruzar á nuestro lado, apagaban la voz de Teresa y le obligaban á esforzarla un poco.

Y aquí cumple confesar otro de los inconvenientes en que el pobre muchacho tropezaba, un síntoma más de la vida artificial, que su mala educación y las pretendidas exigencias sociales le obligaban a llevar.

Esto era duro, durísimo, decía el marqués, para unos padres tan blandos de corazón como ellos; pero el estado de la marquesa, tan delicado en su convalecencia, y el temperamento de la niña, que era por todo extremo linfático, según dictamen, casi en profecía, del doctor, el cual temperamento hacia indispensable para ella el aire y la libertad del campo, les obligaban a echarla de casa.

Este muchacho, a pesar de su ligereza y de las tonterías que sus pocos años le obligaban a cometer, era tan afectuoso, que había llegado a quererle de veras. Su casamiento debía realizarse pocos días después. Quedamos citados para París, adonde yo pensaba dirigirme. Nuestro viaje no tuvo incidente alguno, fuera de esos pormenores propios del caso, que tantas veces los novelistas han contado.

Y dijo esto con voz fosca, convencido ya de la completa realización de la ofensa. Al anochecer salió del Casino, huyendo de las personas conocidas que invadían el bar y le obligaban á sonreir y sostener frívolas conversaciones, mientras su pensamiento estaba lejos.

Quería separarme de ella; mas dejándola disfrutando también de una dicha análoga a la nuestra. El cariño que yo siento hacia ella y el que profesé a mi hermana, me obligaban a obrar así. »Cuando me vio, alzó la vista y me dijo sonriendo: » Ya ve usted cómo no me engañaba cuando le dije que la felicidad de ellos le haría dichoso. » , hija mía, pero eso no es bastante; has de serlo también.

En tal alegría maligna había el rencor inextinguible de la mujer desdeñada, pero también algo alado, sonoro, vaporoso, como la esperanza, que cantó y rió en su alma y disipó los negros pensamientos que se acumulaban sobre su frente. La necesidad, no su querer, la obligaban a volver a Lancia, donde había jurado no poner los pies nunca más. Su marido tenía hecho testamento a su favor.

Durante los primeros días, el respeto y la veneración tenían cohibido al mayordomo en presencia de su señora y le obligaban, contra su natural, á mostrarse tímido y reservado. Vino después un período de confianza del cual hemos visto ya una muestra en la excursión á la romería. Su carácter franco y enérgico concluyó por sobreponerse al espíritu infantil de la condesa.

El profesor y él eran los únicos acompañantes con traje civil; pero aquellos muchachos heroicos y amables le obligaban á presidir el duelo, por ser coronel y compatriota del difunto. Describió el cementerio de Beausoleil, á media falda de la montaña en cuya cumbre está La Turbie.

Ella no pudo menos de temblar ante estos preparativos, pues comprendía que, habiendo ya hecho él todo lo que la humanidad, ó el deber, ó si se quiere, una refinada crueldad le obligaban á hacer en alivio de sus dolores físicos, iba á tratarla ahora como hombre á quien había ofendido de la manera más profunda é irreparable.

Palabra del Dia

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