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Actualizado: 19 de noviembre de 2025


Tenía fama de ser un servilón de á folio, pero, si esto era cierto, las circunstancias constitucionales del país, y especialmente de la Carrera de San Jerónimo, le obligaban á disimularlo.

Todo había cambiado; su vocación religiosa, su pacto serio con Jesús la obligaban de otro modo más fuerte que los lazos demasiado sutiles del deber vagamente admitido por la conciencia, sin pensar en sanción divina. Antes no quería pecar por dignidad, por gratitud, porque... no.

Martínez se tuteaba con todos los insurrectos que tenía encargo de fusilar así que cayesen en sus manos. Meses antes eran todavía tan generales como él. Hasta le obligaban á marchar contra su antiguo ídolo el temible Villa, y procuraba hacerlo con la mayor discreción, como un esgrimista novel que se bate con su maestro. Perseguidos y perseguidores parecían evitar los golpes decisivos.

Era un muchacho, pronto á ruborizarse cuando le obligaban á contar sus actos en la guerra. Despojado de su uniforme y sus insignias honoríficas hubiese parecido un pobre dependiente de comercio, resignado con su modestia é incapaz de salir de ella. Su aspecto contrastaba con las hazañas que al fin se decidía á confesar en fuerza de preguntas.

No yo el que tuvo Leandra; sólo que el padre nos entretuvo a entrambos con la poca edad de su hija y con palabras generales, que ni le obligaban, ni nos desobligaba tampoco. Llámase mi competidor Anselmo, y yo Eugenio, porque vais con noticia de los nombres de las personas que en esta tragedia se contienen, cuyo fin aún está pendiente; pero bien se deja entender que será desastrado.

Cuando la obligaban arrojaba al suelo ó á la cara de quien se la hacia tomar. Tres meses pasó esta señora en la agonía, no habiendo ya, una persona que quisiera permanecer en su compañía. Todos estaban fatigados, aburridos, de sufrirla.

Y al terminar el trabajo, si quedaban unos días libres hasta la próxima corrida en otra ciudad, la cuadrilla retardaba el viaje, y entonces eran las francachelas lejos de la familia, la abundancia de vinos y mujeres en compañía de aficionados entusiastas, que sólo se imaginaban de este modo la vida de sus ídolos. Las diversas fechas de las fiestas obligaban al espada a viajes absurdos.

Genoveva, en cambio, aquella noche estaba más embebida en la calceta que nunca, entreverando, sin duda, por sus puntos, una muchedumbre de consideraciones más o menos filosóficas que la obligaban tal vez que otra a dar con la frente en las manos, lo mismo que cuando se dormita. Por último, la señorita decidiose a romper el silencio.

Verdad es que la vida un tanto estrecha que las circunstancias obligaban a llevar a aquél, mortificaba grandemente la altivez de la vieja baronesa, pero, así y todo, no se resolvía a tomar sobre la obligación de mejorarla en algo mediante cualquier leve sacrificio impuesto a sus comodidades personales.

Aquellos libros que le obligaban a estudiar, y aquellos hombres que había de tratar por fuerza, le pintaban el mundo como una sola jornada de la vida humana, como una prueba para el temple del alma; la tierra como valle de lágrimas, en que son mentira los aromas del campo y las alegrías del corazón. Aquí abajo le dijeron todo es falso, impuro y deleznable.

Palabra del Dia

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