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Actualizado: 20 de noviembre de 2025


A fines del siglo era Elías mayordomo mayor de la casa de los Porreños y Venegas. La ruina de esta histórica casa data de aquella misma época. Don Baltasar Porreño, Marqués de Porreño, que había sido Consejero íntimo de Carlos IV, entabló un pleito con un pariente suyo, descendiente de los Marqueses de Vedia.

Calmaos, Sir Oliver, dijo el magistrado. Es muy posible que mi mayordomo y mi cocinero hayan olvidado los ostras ó no hayan podido conseguirlas; pero no hay motivo para desesperarse por tal bicoca. No faltará que comer. ¿Bicoca? ¡Pues me gusta! Una comida sin ostras, sin una miserable almeja. ¿Qué va á ser de ? Nunca me hubierais convidado á vuestra mesa....

¿No sabe usted que la señora vive mirándose en ellos? continuó quejumbrosamente el mayordomo. ¿Qué le vamos a decir cuando venga? ¡Y cisnes domésticos no hay en venta en Pehuajó ni en ninguna parte por aquí! Estos fueron traídos de Buenos-Aires con gran trabajo... Pero, ¿para qué los ha muerto, si no soy curioso, don Juan? ¿para qué?...

Tuve varios negocios con ella, y éstos me obligaron a visitarla en su casa muchas veces; y en su casa andaba una víbora de las que muerden el seno que las ha dado calor: un mayordomo que, según informes que después adquirí, había perdido la confianza de su señora, con grandes motivos para ello.

El perro del mayordomo del marqués era su enemigo desde hacía largo tiempo. No podía pasar por delante del palacio, fuese de día ó de noche, sin que se arrojara sobre él como un tigre hircano. En otro tiempo habían sido amigos. Sin saber por qué, de la noche á la mañana la amistad se trocó en aborrecimiento. Este cambio brusco, inesperado, le llenó de asombro y dolor.

Desde antes de terminar el concierto habían hecho rancho aparte, en un rincón de la sala; y allí estaba la alemana enseñándole el alma, y un poco, bastante, de la blanquísima pechuga, al acaramelado mayordomo, futuro administrador de la fábrica de productos químicos.

Hablaba por hablar, como los niños; preguntaba las cosas más sencillas y menudas, complaciéndose en humillar su inteligencia cultivada y en trocar sus maneras cortesanas por otras rudas y campesinas. Mas era de observar cómo, á medida que esta trasformación se operaba, cambiábase también el encogimiento y temor del mayordomo en franqueza y libertad.

Bien, eso para la elección importa un rábano.... Al grano: los recursos de que Moscoso dispone.... Pues se los ha facilitado el mayordomo, el Primitivo, el suegro de cultis.... Y usted me preguntará: ¿cómo un infeliz mayordomo tiene miles de duros?

De buena gana bailarías un poco, ¿no es verdad?... Pues mira, por no has de dejar de hacerlo. Vamos allá, que quiero bailar contigo. Y dicho y hecho: la condesa, á pesar de los ruegos y las protestas del mayordomo, le arrastró hacia el sitio del baile y se introdujo allá resueltamente.

-Así es la verdad -respondió Sancho-, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando. Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta.

Palabra del Dia

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