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Actualizado: 20 de julio de 2025
Acaeció, pues, que el que le llevaba a cargo era un mayordomo del duque, muy discreto y muy gracioso -que no puede haber gracia donde no hay discreción-, el cual había hecho la persona de la condesa Trifaldi, con el donaire que queda referido; y con esto, y con ir industriado de sus señores de cómo se había de haber con Sancho, salió con su intento maravillosamente.
El vigilante y prudentísimo don Rosendo había averiguado por medio de sus agentes de Madrid, que el duque de Tornos, conde de Buenavista, emparentado con la real familia, embajador que había sido en Francia, mayordomo mayor de palacio, etc., etc., un personaje de mucho bulto en la corte y en la política, estaba decidido a pasar el verano en Sarrió para tomar los aires del mar, que le hacían mucha falta, con más sosiego que en San Sebastián o Biarritz.
La respuesta no me satisfizo y me prometí interrogar al mayordomo en la primera oportunidad; parecía éste un buen sujeto, contra la opinión de los murmuradores que se reunían en el cuarto de los sirvientes y ordenanzas, y, a pesar de la actividad que yo le veía desplegar y del aspecto de hombre ocupado, que siempre tenía y que sus subordinados interpretaban como signo visible de servilismo y adulonería, cosa que a ellos hombres altivos e independientes, no les cuadraba.
La niña fue a ponerse detrás de una silla; desde allí, perseguida por Amalia y por Concha, corrió alrededor de la mesa; por último, se refugió detrás del mayordomo. ¡Manín! ¡Manín, por Dios me escondas! Pero éste la sujetó por un brazo y la entregó a la señora. Tomáronla cada una por una mano y la arrastraron, apesar de sus gritos penetrantes. ¡A la cueva no! ¡A la cueva no! ¡Madrina, perdón!
Creí entonces que todo había pasado del mejor modo posible, y que mi tío nada sabía. ¡Cómo podía yo adivinar que el pobre joven había sido maltratado por el mayordomo, despojado de sus vestidos y azotado hasta hacerle saltar la sangre, sin que el dolor le hubiese arrancado ni una queja, ni una palabra!
Era también de cuenta del mayordomo dar las candelas, que serian de á dos libras de buena cera blanca «con el pauilo ques de vso e costumbre desta çibdad» dando una á cada oficial y que las que sobrasen se pusieran en el castillo. Fíjanse luego las cuotas que pagaría cada uno de los que fueran en la procesión con el gremio, 26 de Abril de 1530.
Algunos roncaban tirados en las banquetas; otros se alejaban titubeando, para volver poco después pálidos, con la pechera de la camisa manchada. De pronto se apagaron las luces y salimos empujándonos, entre un griterío de protesta. Se habló un poco de matar al mayordomo, pero había desaparecido. ¿Y se fueron ustedes a dormir? preguntó Ojeda.
Diego Muxet de Solís publicó en Bruselas en el año de 1624 un tomo de comedias, que contiene seis históricas y dramas religiosos . Su Venganza de la duquesa de Amalfi es una continuación de El mayordomo de la duquesa de Amalfi, de Lope de Vega.
También había casas donde un mayordomo, una doncella, y aun el portero, eran los encargados de entregar la limosna, sin que las recaudadoras se ofendieran ni dejaran de tomarla. Otra mina de donde sacaban gran provecho para adornar su casa y acrecer sus rentas que eran casa y rentas del Señor consistía en una hermandad educadora aneja al convento.
Durante cinco días consecutivos hubo magníficas fiestas en Oviedo. Las bodas de Bernardo del Carpio y de Elvira se celebraron al mismo tiempo que las del Conde de Saldaña y doña Ximena. Pocos días después pudo averiguarse que don Raimundo, el mayordomo de Palacio, había sido quien robó al niño Bernardo y quien le mandó matar, furioso como desdeñado pretendiente que fue de doña Ximena.
Palabra del Dia
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