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Los Turcos no llegaban á tres mil en número, en armas, en valor, inferiores á los Catalanes, de manera que no se pudiera presumir que los Turcos hicieran mas de lo que ordenaban los Catalanes, y siendo ellos cristianos, cierto es que su fe no pudiera peligrar, que aquellos Bárbaros viéndose tan inferiores la ofendieran.

Dígalo, si no, el ejemplo de la tertulia: al principio me era insoportable; y cada tertuliano, nuevo para , que se presentaba en ella, me parecía más zafio y más insulso que los anteriores; no hallaba chiste en sus «humorismos» expresados en un lenguaje mutilado y convencional, ni motivo, por lo tanto, para algunas risotadas vergonzantes que hasta llegaban a incomodarme, como si me ofendieran; hastiábame la simplicidad de los asuntos que más les interesaban a ellos, y sin poderlo remediar acordábame del resobado lamento del poeta latino desterrado en el Ponto: el bárbaro parecía yo, que a nadie entendía ni de nadie era entendido allí.

La mansedumbre, que es gran virtud, evitó que las monjas se ofendieran: no salió de sus labios palabra de reproche, nada intentaron para exacerbar la devoción naciente, quizá la vocación frustrada de Paz; pero tampoco se olvidaron de recordarla en días determinados y festividades solemnes que en un extremo de Madrid había una santa casa que se honraba con haberla tenido por discípula y a la cual debía enviar de cuando en cuando alguna limosna para obras de caridad, algún ramo de flores para aquel altar, en cuyas gradas se arrodilló tantas veces.

Respondió Roger á su cuñado, y al Emperador en la misma conformidad y escribió: que la necesidad le habia obligado á dar de palabra satisfacion á todo el ejército, porque si no lo hiciera, se acabáran de confirmar en sus sospechas, y que sin duda le matáran: que él siempre seria fiel y reconocido á las muchas honras y mercedes que de su mano habia recibido, y que si de lengua le habia ofendido fué, porque los Catalanes no le ofendieran con efecto, tomando por cabeza otro Capitan que libremente les dejara ejecutar su ímpetu; que se sirviese de socorrerles con algo, porque de otra manera no se atrevia á reducirlos, porque él apenas tenía mil hombres que le obedeciesen.

También había casas donde un mayordomo, una doncella, y aun el portero, eran los encargados de entregar la limosna, sin que las recaudadoras se ofendieran ni dejaran de tomarla. Otra mina de donde sacaban gran provecho para adornar su casa y acrecer sus rentas que eran casa y rentas del Señor consistía en una hermandad educadora aneja al convento.

Por suerte de don Alejandro, aquel cambio de costumbres podía hacerse, se haría forzosamente sin necesidad de que se traslucieran sus sospechas ni sus arrepentimientos, ni se ofendieran pundonores ni delicadezas de nadie: con la venida de su sobrino Nacho. Por su cuenta, Nacho no tardaría una semana en llegar a Peleches; de un momento a otro esperaba carta suya que se lo confirmara, desde Madrid.