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Actualizado: 29 de mayo de 2025


¡Que le lleven al destierro al pobre don Basilio, que le afusilen en el camino diciendo que ha querido escaparse! añadió; cuando ya esté muerto entonces vendrán los arrepentimientos. Por , yo no le debo ningun favor. ¡De no se podrá quejar! Aquello fué el golpe decisivo.

Yo me figuro uno de esos ángeles réprobos que consumen su eternidad en inútiles arrepentimientos. Algunas veces se eleva pensativo hasta los confines de su primera patria, contempla con una tristeza profunda el cielo del que ha sido desterrado y los bienes que su rebelión le ha arrebatado: su infortunio es aún mayor; y, rugiendo de desesperación, se hunde de nuevo en los abismos.

Desconfío de tus palabras, desconfío de tus acciones, desconfío de nuestro parentesco, que bien puede ser tramoya inventada por ti, desconfío de tus arrepentimientos, y como ha de serte más difícil ganar mi voluntad que ganar el cielo, será bien que me dejes en paz y que no vengas acá con hermanazgos ni embajadas sentimentales, porque otra vez no tendré la santísima paciencia que ahora he tenido: ya me conoces, ya sabes mi genial.

Jáuregui le apreciaba mucho, y me decía que no tenía más contra que ser muy mujeriego... Fuera de esto, hombre de veracidad, con una palabra como los Evangelios, y cosa que él decía poniéndose formal era como si la escribieran notarios... Con todo, ¡lo que me ha venido contando estos días me parece tan extraño...! Que está arrepentida, que él la ha tomado bajo su protección... Se la encontró en casa de unos vecinos, y le dio lástima, y qué yo qué... Por más que diga ese santo varón, tales arrepentimientos me parecen a las coplas de Calainos... Y si por acaso... Quita, quita, pensamiento y no me tientes con una sospecha, que parece tan verosímil... El mismo Feijoo quizás... puede... habrá tenido... y ahora... Sobre esto quiero echar tierra, porque me volvería loca.

He aquí esa curiosa observación: «Cuántas reputaciones poéticas ha muerto la manía del volumen, y cuántos arrepentimientos para el porvenir se crean los jóvenes que, cediendo a una vanidad pueril, se apresuran a coleccionar prematuramente las primeras e insípidas florecencias del espíritu, ensayos en prosa o verso...»

¡Y qué bien me parecían los amigos de mi tía cada uno en su género! Aquel señor de Tintellier y aquella señora de Rech, empaquetada en su traje de seda granate, y su hermana Malvina, tan sentimental, de cuyos largos «arrepentimientos» se burlaba usted, señor cura, con un poco de malicia, que también me gustaba.

En un día de esos en que un insomnio prolongado, o un contratiempo de la víspera preparan al hombre a la meditación, me paro a considerar el destino del mundo; cuando me veo rodando dentro de él con mis semejantes por los espacios imaginarios, sin que sepa nadie para qué, ni a dónde; cuando veo nacer a todos para morir, y morir sólo por haber nacido; cuando veo la verdad igualmente distante de todos los puntos del orbe donde se la anda buscando, y la felicidad siempre en casa del vecino a juicio de cada uno; cuando reflexiono que no se le ve el fin a este cuadro halagüeño, que según todas las probabilidades tampoco tuvo principio; cuando pregunto a todos y me responde cada cual quejándose de su suerte; cuando contemplo que la vida es un amasijo de contradicciones, de llanto, de enfermedades, de errores, de culpas y de arrepentimientos, me admiro de varias cosas.

Hoy me trae un deber, un deseo vehemente de restablecer la paz y armonía entre personas de una misma familia, y... ¿Y a usted quién le mete en tales asuntos? Señora doña María, vengo a decir a usted que la condesa se muestra hoy arrepentida de las duras palabras... ¿Arrepentimientos?... Yo no lo creo, caballero. Suplico a usted que no me hable de esa señora.

Unas representaban la vida de Napoleón I, desde Toulon a Santa Elena; otras, las aventuras de Matilde y Malec-Adel; otras, los lances de amor y de guerra del Templario, Rebeca, Lady Rowena e Ivanhoe; y otras, los galanteos, travesuras, caídas y arrepentimientos de Luis XIV y la señorita de la Valière.

Pasamos tres días dando paseos y haciendo expediciones temerarias; tres días de inaudita felicidad, tal puede llamarse a un sentimiento rabioso de destrucción de su reposo, especie de luna de miel descarada y desesperada, sin ejemplo, ni por las emociones ni por los arrepentimientos y que a nada se parece como no sea a esas horas de copiosas y fúnebres satisfacciones durante las cuales todo se permite a los sentenciados a morir al otro día.

Palabra del Dia

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