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Un hombre rico, bien emparentado y miembro de los principales círculos, no puede instalarse como un extranjero que viene á pasar seis meses en París. Tuvo, pues, que buscar una casa, disponerla á su gusto, amueblarla, comprar caballos y ajustar servidumbre.

Presúmese, pues, que toda esta gente habrá emparentado con los indios, y tendrán sus poblaciones á trescientas ó cuatrocientas leguas de aquí. El que no se haya descubierto en tanto tiempo, no me hace fuerza; pues las Batuecas, en medio de España tan poblada por todas partes, estuvo tantos centenares de años, ó sin descubrirse ó con muy poca ó dudosa noticia de que hubiese tal gente.

No puedo menos de contestar al señor de Priestley que el daño suyo estuvo, si hemos de hablar vulgarmente, en nacer desgraciado, mal que no tiene remedio: si hemos de raciocinar, en traer siempre trocadas las circunstancias, en no saber que mientras haya hombres la verdadera circunstancia es intrigar; estar bien emparentado; lucir más de lo que se tiene; mentir más de lo que sabe; calumniar al que no puede responder; abusar de la buena fe; escribir en favor, y no en contra del que manda; tener una opinión muy marcada, aunque por dentro se desprecien todas, procurando que esa opinión que se tenga sea siempre la que haya de vencer, y vociferarla en tiempo y lugar oportunos; conocer a los hombres, mirarlos de puertas adentro como instrumentos, y tratarlos como amigos; cultivar la amistad de las bellas, como terreno productivo; casarse a tiempo, y no por honradez; gratitud ni otras ilusiones; no enamorarse sino de dientes afuera, y eso de las cosas que puedan servir...

De sociedad gusta poco; le convidaron a algunas casas, porque parece que su padre, el cabecilla, era una persona distinguida de las Provincias, y está emparentado con los Puenteancha, y con los Mijares, que son Urbietas de apellido... pero se vendía tan caro, que en todas partes se andaban pereciendo por tenerle.... Una vez, porque bailó un rigodón en casa de Puenteancha con Isabelita Novelda, hubo broma toda la noche... le dijeron que ya podía domar osos y tomar a Plewna sin artillería.... Isabelita estaba más hueca que... y luego resultó que era que la Puenteancha se lo había pedido por favor, y él le había contestado: bueno, bailaré con la primera que encuentre... encontró a Isabelita, y zas, la invitó.... Cuando se supo, ¡figúrate la tontuela de Isabelita qué cara pondría!

Por graves delitos cometidos en una vida inquieta y turbulenta, fué condenado por la justicia á severísimas penas, D. Bernardino de Córdoba y Roelas, caballero sevillano que tenía en la ciudad muchos deudos y amigos y á más estaba emparentado con personas de significación y categoría.

Don José de Pellicer en sus Avisos de 2 de Agosto de 1644, dice: «La Inquisicion hizo auto en Valladolid, i entre los castigados fué uno don Francisco de Vera, hijo de don Lope de Vera, caballero de San Clemente i mui emparentado, á quien su mismo hermano acusó: ha estado preso seis años.

Es, pues, preciso mirar muy de cerca, informarse, comprobar, para no ser engañado y esto es lo que he hecho. El señor de Sorege está emparentado con todo lo mejor, tiene una regular fortuna, está agregado al ministerio de negocios extranjeros, habla inglés muy correctamente y es un joven muy bien educado... He aquí por qué me he comprometido con él. No mira jamás; parece un buho...

Pues a ello prosiguió su padre optando, por lo que prefería . Anteayer, aquí mismo y a estas mismas horas, tuvimos una escena que nos dolió mucho a los dos, por un motivo muy emparentado con el de hoy... Yo te acusé entonces, y ni confesaste claro ni negaste, ni tampoco te defendiste; pero dijiste y otorgaste con tu silencio lo suficiente para que yo pudiera formar juicio de todo, como le formé; y teniéndole por bien fundado, tomé una resolución que has calificado de injusta pocas horas hace. ¡Es tan distinto del mío tu punto de vista!

Emparentado con familias de alta posición política, don Camilo era por aquellas épocas un programa luminoso para una muchacha de dieciséis años como Valentina, y el buen señor, persuadido de su valimiento, no se daba mucha pena en ofrecerse, porque sabía que la ley de la demanda regía en su favor y que él podía elegir como en peras entre las más lindas muchachas de la época.

En cambio, el señor Diego de Bracamonte, de la casa de Fuente el Sol, descendiente de Mosén Rubí de Bracamonte y emparentado con la más clara nobleza de Castilla, juzgaba, lleno de heroico desenfado, la política del Rey. La arrogancia de aquel hombre se erguía almenada y sola. El discurso flameaba en su boca cual sedicioso pendón. Aun su mirada y su ademán eran temerarios.