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A la muerte de la reina Isabel, la primera esposa de Felipe IV, ocurrida en el año de 1644, se cerraron también los teatros de Madrid, como era costumbre hacerlo al fallecimiento de los miembros de la familia real, y algunos teólogos fanáticos aprovecharon esta ocasión para renovar los antiguos escrúpulos acerca de la licencia de los espectáculos dramáticos, de los cuales no se hablaba hacía ya largo tiempo, y alegar nuevos cargos contra ellos.

Los teatros españoles permanecieron, pues, cerrados por completo desde el ano 1644 al de 1649. En este último año se comenzó ya á permitir las representaciones teatrales, primero en Madrid, siguiendo pronto su ejemplo las demás ciudades del reino; pero, por regla general, se toleró la reapertura de los teatros, bajo la condición de someterse á las restricciones anteriormente expuestas.

Noticiosa la Córte de sus virtudes y saber, el rey D. Felipe IV, le nombró Obispo de Albarracin, cuya Iglesia gobernó desde 1632 hasta el 12 de Febrero de 1635, que fue promovido a la silla episcopal de Teruel, de la que tomó posesión en 31 de Agosto del mismo año, y la gobernó hasta el 21 de Junio de 1644, que fue nombrado Arzobispo de Zaragoza: la presencia del rey, y las públicas aclamaciones de la nobleza, el clero y el pueblo, hicieron solemnísima su entrada en aquella ciudad, acompañándole desde su convento de San Lázaro hasta la Iglesia.

Escasas, en verdad, son las noticias biográficas de Luis Vélez de Guevara que han llegado hasta nosotros, reducidas á lo siguiente: Nació en Ecija, en Andalucía, en el último tercio del siglo XVI ; pasó en Madrid la mayor parte de su vida; estuvo al principio al servicio del conde de Saldaña; desempeñó después un destino en la corte de Felipe IV, cuyo favor supo particularmente granjearse, y murió en el año de 1644.

Hállanse en la Biblioteca del duque de Osuna las comedias de Cristóbal de Monroy, tituladas Celos, industrias y amor, Lo que pasa en un mesón y No hay amor donde hay celos, con licencias de 1640, 1643 y 1644. No hay más saber que salvarse lleva la fecha de 1648. /* Bien se ve que venís Al uso de Andalucía, Donde viven todavía Las finezas de Amadís. */

Entró primero el complaciente Villanueva, que evitó a S. M. tan lúgubre aparato, y pareció frustrada la aventura: pero pasado algún tiempo, terco el Rey en su empeño, no paró hasta lograrlo. Guardose mal el secreto, tomó cartas el Santo Oficio, y no atreviéndose con el Rey, procesó al protonotario prendiéndole en Agosto de 1644.

Hállanse otros autos de Valdivieso en la colección siguiente: Navidad y Corpus Christi, festejados por los mejores ingenios de España: Madrid, 1644. Este volumen, además de algunos entremeses de Luis de Benavente, y de loas de diversos autores, contiene los siguientes autos: El divino Jasón, auto sacramental, de D. Pedro Calderón.

Muerta aquel mismo año de 1644 Isabel de Borbón, cuya inteligencia y nobles propósitos acaso hubieran logrado sobreponerse a la cachazuda e indolente condición de su marido, hizo este nuevo viaje acompañado del Príncipe Don Baltasar Carlos para que como a heredero del trono le jurasen las Cortes de Aragón y Valencia, y con ellos marchó Velázquez, sin que de esta expedición quede en libros y papeles noticia interesante a nuestro propósito: mas que como pintor, iría como sirviente; lo cual prueba una de dos cosas: que era tan poco dueño de , que no podía esquivar aquellas ocupaciones indignas de su genio, o que el Rey le estimaba tanto que no daba paso sin él.

Con dar un vistazo a los tan socorridos Libros de gobierno de la Sala de Alcaldes, que se conservan en el Archivo Histórico Nacional, habrían echado de ver los mencionados comentadores que en 1596 se mandó que no se hicieran pasteles y cubiletes de a doce maravedís, y de a ocho y de a cuatro; que en 1642 se trató de que no se hicieran pasteles de a ochavo, y que en 1644 mandaron los Alcaldes que no se impidiese la venta de cubiletes de a cuatro cuartos.

Edición de Ginebra, 1644. Allí se fraguó inmediatamente el intento de una invasión francesa que atizara la llama de la guerra de Aragón, yendo á vanguardia Gil de Mesa, Manuel Don Lope, los otros amigos y compañeros del emigrado, ya que él de su persona no fuera de ayuda, por ser hombre delicado , ó más propiamente dicho, por no ser hombre de armas tomar.