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Le sorprendió la rapidez con que había transcurrido el tiempo y continuó su camino, dispuesto a vagar sin rumbo fijo; pero los grupos de gente que siguiendo el pretil marchaban en la misma dirección le arrastraron, haciendo que insensiblemente se encaminara a la feria de la Alameda.

¡Y yo que no quería venir! exclamó Popito . Tu larga ausencia y la falta de noticias me tenían desalentada. Prefería pasar la tarde sumiéndome en el estudio, para no pensar en nuestra situación. Al fin, la curiosidad de ver al Hombre-Montaña y un indefinible presentimiento me arrastraron hasta aquí. ¡Qué desgracia si no hubiese venido!...

Cuando lanzó el Taal la furia de sus fraguas brotaron de sus cráteres tus impetuosas aguas, y sobre sus burbujas tenues borlas de enaguas se arrastraron las casas cual débiles piraguas. Tus hermosas cascadas, al caer espumantes, engarzan en el aire millones de diamantes, y en las noches parecen sus rugidos vibrantes monótonos quejidos de fantasmas errantes. ¡Madre, madre laguna!

Cuando yo salga con la mía, ya no tendrás que trabajar, ¡pobrecito mío!, ya no penarás con tus negocios. Los tales negocios no podían marchar peor. En menos de un año había sufrido Fernando dos pérdidas considerables en empresas ilusorias a las que le arrastraron ciertos amigos del club tan inexpertos como él. El juego contribuía igualmente a disminuir su fortuna.

Bajo el insoportable calor del día y en la lucha con los vapores internos que estaban a punto de hacerle estallar, los ojos del yanqui saltaban rojos... A las cuatro de la tardo cayó ebrio, muerto; dos marineros lo arrastraron a un rincón y allí quedó.

El deseo de salir de una situación semejante y el mal ejemplo me arrastraron, y jugué, jugué lo que tenía y lo que no tenía. ¡Ochenta mil nacionales! ¿de dónde sacarlos? Mi alma al diablo vendería. ¡Que venga el diluvio! ¡Ojalá! Calló el joven pálido y los dos hombres se miraron, entristecidos.

Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo. Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oir la voz de su hija. Me parece que te llama le dijo a Berta. Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más.

Lu-Hang y Cornelio bajarán en ella y tratarán de mantenerla separada del buque. ¡Ayudadme, amigos! Reunieron sus fuerzas y arrastraron la chalupa hasta la popa, atando después a las anillas las cadenas de la grúa. ¡A la chalupa! gritó Horn. El joven chino y Cornelio embarcaron, y la chalupa fué botada al mar, dejando correr las cadenas por sus garruchas.

"Tambien hago saber á Vds., para que no vivan recelosos, equívocos ó confusos, como en esta doctrina de Tatasi ó Chocalla tengo en prisiones, para aplicarles la pena de muerte, á ciertos bandoleros y facinerosos, que fingiendo ser comisionados de nuestro Monarca, Inca, y usurpando varios títulos furtivos, cometieron muchos delitos de alevosia y asesinato, y arrastraron muchos vecinos españoles y mestizos de varios pueblos, como son, Tolapampa, Ubina, este de Chocalla y otros, solamente llevados del perverso fin de robar y de su desordenada codicia.

Pero antes que pudiera empezar a trabajar, otros acontecimientos le arrastraron de nuevo a las aventuras; cayó enfermo, tuvo que abandonar las luchas políticas, y en octubre del 73 estaba definitivamente establecido en Madrid, mas no curado de su superstición redentorista.