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Actualizado: 23 de junio de 2025
Y con esta tempestad resulta doblemente soberbia dijo el Capitán . Demos gracias a este fenómeno, que nos ha hecho descubrir a tiempo la costa australiana. Lu-Hang, disponte a arriar la vela. ¿Esperáis encontrar un refugio en la costa, señor Van-Stael? le preguntó el piloto. Lo espero; pero no estoy seguro. No sé adónde nos ha traído el temporal. Fuera del golfo, de seguro que no.
Con ayuda de Dios, esperemos vencer en esta terrible prueba. ¡Infame salvaje! Las exclamaciones son inútiles, Horn. Es preciso hacer algo antes de que la nave se hunda. No olvidéis las armas si abandonamos el junco. Será lo primero que embarque. ¡Cornelio, Hans, Lu-Hang, seguidme! Un triste destino pesaba sobre los desgraciados pescadores de trépang.
Van-Horn, Cornelio y Hans obedecieron rápidamente y maniobrando con vigor en la palanca sacaron del fondo la pequeña ancla. Van-Stael subió al castillo y empuñó la caña del timón, mientras sus compañeros disponían el velamen para tomar viento en popa y Lu-Hang lanzaba un último disparo contra los australianos, que daban espantosas voces.
Se puede aligerar la nave, Capitán dijo el piloto . Tenemos en la estiba más de veinte barriles de agua y quince toneladas de lastre. Lo echaremos todo al agua. Que uno de nosotros vigile en el puente, al lado de la lantaca, para que no nos sorprendan los feroces antropófagos. Dejaremos a Lu-Hang dijo Cornelio. ¿A ése? exclamó el Capitán arrugando el entrecejo.
Oyéronse de pronto, bajo la carena, fuertes crujidos, que iban aumentando en intensidad, y el junco, que el viento empujaba hacia en medio de la bahía, se inclinó más. ¡Resbalamos por el banco! gritaron Hans y Cornelio. ¡Y los salvajes adelantan! exclamó Horn . ¡Eh, Lu-Hang, mándales unos cuantos confites a esa cáfila de brutos!
¡Mala noche! dijo el Capitán a Cornelio y a Hans, que tenían la vista puesta en las nubes . Por fortuna, el golfo de Carpentaria es amplio y sólo tiene bancos peligrosos alrededor de las islas de Eduard Pellew. Estamos todavía muy lejos de los escollos y bancos de coral del estrecho de Torres. ¿Amainamos velas, tío? La prudencia lo aconseja. Ayudadme, muchachos, y tú también, Lu-Hang.
Van-Horn se inclinó por el coronamiento del castillo y miró hacia abajo. Un grito se le escapó. ¡Capitán! exclamó . ¡Nos vamos hundiendo lentamente! La popa se ha sumergido en poco tiempo más de tres pies. El agua ha cubierto el timón y llega a la orla inferior del cuadro. ¡Hans, Cornelio, Lu-Hang, a la estiba! gritó el Capitán . ¡Sobre nosotros pesa una triste fatalidad!
¿Estás seguro, Lu-Hang? Sí, Capitán. Yo estaba en el puente cuando mis compatriotas tuvieron la desdichada idea de embriagarse con vuestro sciam-sciú, y no vi a ninguno romper las cadenas. ¿Y quién supones entonces que pueda haber sido? No lo sé, señor. A poco el Capitán se dió un golpe en la frente y lanzó un grito. ¡Van-Horn! exclamó. ¡Señor! ¿Dónde está el salvaje que hicimos prisionero?
Los cuatro holandeses y Lu-Hang hacían a toda prisa los preparativos para el abandono del buque. Tenían ya en la cubierta los fusiles, algunas hachas, municiones, víveres para una semana, un gran barril lleno de agua, remos, una vela, un palo para sostenerla y algunas mantas. ¡A embarcar! ordenó el Capitán.
Si se pudiera tapar el boquete... Y ¿dónde está? ¿Por qué no nos habremos dado cuenta antes de este desastre? Podemos buscarlo. Hasta ahora no hay más que tres pies de agua, y... ¡Silencio! El Capitán se había inclinado hacia el agua, aguzando el oído. Hacia popa se oía un sordo murmullo, que parecía producido por una corriente de agua. ¡Aquí está! dijo . Baja, Lu-Hang.
Palabra del Dia
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