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Actualizado: 20 de junio de 2025


Se dirigió hacia la lantaca, que tenía cerca, y después de apuntarla hacia las sombras que se movían, la disparó, cubriéndolas de una lluvia de metralla. Al cañonazo siguieron otros siete u ocho disparos de los chinos de guardia. Los gritos, de dolor se trocaron en tremendo vocerío.

La chalupa, después de atravesar la bahía, llegó hasta el junco, que había sido abandonado por la tripulación en masa. Subieron al puente, izaron la chalupa para impedir que los salvajes se apoderasen de ella y colocaron la lantaca en el castillo, cargándola de metralla.

¡Ah! exclamó el Capitán . Si hubiéramos podido conservar la lantaca, no se acercarían seguramente esos pillos; pero ya que no la tenemos, nos defenderemos con los fusiles. A las diez, la costa estaba aún a doce o trece millas y el viento seguía aflojando. Se veían ya los árboles de la ribera y hacia el Este se distinguía una bahía espaciosa, que podía ser muy bien la boca de algún río.

Dos pailas de metal, de un metro de diámetro y de treinta y cinco a cuarenta centímetros de profundidad, grandes espumaderas, unos cuantos arpones y gran cantidad de leña fueron embarcados en la chalupa. ¿Está cargada la lantaca? preguntó el Capitán. De metralla respondió el viejo . Si a los salvajes les entran deseos de molestarnos, los saludaremos con una buena rociada.

También emplean un pequeño cañón llamado lantaca, de uno á cuatro centímetros de calibre. La mayor parte de estas piezas proceden de las embarcaciones que en sus antiguas correrías apresaron, si bien las lantacas son fundidas en el país, donde de muy antiguo las fabricaban.

Déjame a , Cornelio le dijo . De seguro no está solo, y detrás de esas rocas puede esconderse una tribu. , Van-Horn, reúne a los chinos junto a las chalupas, y vosotros, sobrinos, a la lantaca.

Los chinos de la otra chalupa trataron de seguirlos; pero los salvajes lograron agarrarla por una de las bandas antes de que se alejara de la orilla y la volcaron con todos los desgraciados que conducía. ¡A la lantaca, Horn! dijo el Capitán con acento desesperado . ¡Apunta bien! Soltó Horn el remo; cargó rápidamente el cañoncito y regó la playa con una rociada de balines.

El chino disparó la lantaca sobre los salvajes, que avanzaban amenazadoramente dando saltos por las escolleras, para ponerse a tiro de sus azagayas y bomerangs. Casi al mismo tiempo, el junco, levantado por la marea, salía de su lecho de arena dando un fuerte bandazo. ¡Pronto, el ancla! gritó Van-Stael.

Eran un puñado de hombres contra un ejército; pero no cabían vacilaciones en aquellos momentos. El Capitán y los suyos avanzaron descargando los fusiles contra las espesas filas de los asaltantes, mientras el piloto, que se había quedado solo, disparaba la lantaca, sembrando la muerte con una granizada de hierro y de plomo. De pronto, los antropófagos se detuvieron en su formidable asalto.

No habrán dejado uno vivo, señor. Mirad: encienden grandes hogueras en la playa. Es que no debemos dejarles que se los coman tranquilamente, Horn. Tenemos aún una lantaca y nuestros fusiles. Y los salvajes se parapetarán detrás de las rocas, poniéndose así a cubierto de nuestras balas. ¿Y crees que los chinos hayan muerto todos? ¿Habrá alguno vivo? Se le oiría gritar o lo veríamos.

Palabra del Dia

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