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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¡Los salvajes!... ¡Ah, sí!... Bebamos sciam-sciú. ¡Bebamos! Te van a comer, ¡estúpido!... ¡A bordo! ¡A bordo! ¡Miserables! El chino balanceó estúpidamente la cabeza y comenzó otra vez su baile alrededor de los barriles, acompañándose con cánticos. Van-Horn lo echó a rodar de un tremendo puntapié.
El jefe de los pescadores se le puso delante, vacilando sobre sus altos zuecos de planta de fieltro, diciendo: ¡Hola! ¡Os creía muerto, Capitán! ¡Os habéis emborrachado, canallas! le dijo Van-Stael, amenazándole con el puño. ¡Sí, sí! añadió el chino, tartamudeando . ¡Bebed... el sciam-sciú es... excelente!... Aún... queda... Lo juro... Pero, ¡desgraciado!; ¿no oyes los gritos de los salvajes?
¿Estás seguro, Lu-Hang? Sí, Capitán. Yo estaba en el puente cuando mis compatriotas tuvieron la desdichada idea de embriagarse con vuestro sciam-sciú, y no vi a ninguno romper las cadenas. ¿Y quién supones entonces que pueda haber sido? No lo sé, señor. A poco el Capitán se dió un golpe en la frente y lanzó un grito. ¡Van-Horn! exclamó. ¡Señor! ¿Dónde está el salvaje que hicimos prisionero?
¡No! ¡Me temo que todos estén borrachos! murmuró el Capitán, poniéndose pálido . En mi camarote había cinco barriles de sciam-sciú. ¡Corramos pronto, amigos, o habrá una horrible matanza!
Después de romper los barriles de carne salada y de comerse las conservas, cuyas cajas se veían esparcidas por el suelo, embistieron con el sciam-sciú del Capitán y se emborracharon por completo.
Palabra del Dia
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