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Aquella buena gente tenía que subir una cuesta bastante pina y no podía más. «¡Hué!, ¡a una!, ¡con mil demonios! ¡Otro empujón!... ¡AdelanteTodos gritaban a la vez, empujaban las ruedas, y el pesado cañón, asomando el largo cuello de bronce entre la enorme cureña, por encima de las laderas, rodaba lentamente y estremecía el pavimento.

A lo lejos se oía un eco de voces siniestras, las voces del tumulto popular, que rodaba por la villa agitándola toda. El cafetero continuaba inmóvil en su trípode. Dos luminosos puntos de claridad verdosa brillaban detrás de él. Era Robespierre que se acercaba á su amo, y saltando por encima de sus hombros, se ponía delante para recibir una caricia.

Una era la de la bodega, y por entre sus hojas abiertas veíanse las dos filas de toneles enormes que llegaban hasta el techo, los montones de pellejos vacíos y arrugados, los grandes embudos y las medidas de cinc teñidas de rojo por el continuo resbalar del líquido. En el fondo de la pieza estaba el pesado carro que rodaba hasta los últimos límites de la provincia para traer las compras de vino.

También había estado en la expedición a Roma el 48. ¡Oh, Roma! Aquello que era cosa grande. ¡Qué bonito aquel paso de Pío IX bendiciendo a las tropas! Y la conversación rodaba, sin saber cómo, de la bendición papal a los amoríos del narrador.

Marta lanzó un grito de dolor. ¡Dios mío, se ha ido! ¿Se ha ido? ¡! ¿Muy lejos? Se perdió de vista. ¡Pues señor, la hemos hecho buena! Ricardo subió a la ventana, y siguiendo la dirección del dedo de la niña miró y remiró hasta sacarse los ojos, sin ver absolutamente nada que semejase de una legua a canario. Cuando volvió la vista a Marta observó que por sus mejillas rodaba una lágrima.

Las decifré, y traté de pronunciarlas en voz alta, y apenas articulé la primera cuando sentí que la caja se deslizaba de mis manos como arrebatada por un peso enorme y rodaba por el suelo de donde en vano lo intenté remover. Mi sorpresa se convirtió en espanto, cuando, abierta, me encontré dentro con una cabeza humana que me miraba con estraordinaria fijeza.

Uno rodaba en el barro, dos o tres mujeres ebrias bailaban al son de un órgano en el que un italiano con cara de mártir, tocaba un cancán desenfrenado.

De pronto, en que el pequeño ser rodaba de las rodillas de la madre, húmedas de nieve, una viva luz que reflejaba la blancura del suelo, atrajo su mirada. Con esa rapidez de transición característica en la infancia, su espíritu fue inmediatamente absorbido por la vista de aquella cosa brillante y animada que corría hacia ella sin alcanzarla nunca.

Ya habían cesado de bailar los más resistentes y ellos seguían valsando, y aun no contentos con esto, aceleraban el compás en medio de su vértigo sin ver ni oír ya nada, ciegos de amor y ebrios de dicha. Las luces, los convidados, el salón, todo les parecía que rodaba en torno suyo.

El tren rodaba en medio de las tinieblas de la campiña con la rapidez del huracan, y en breve comprendí, por la inmensa iluminacion que brillaba en el fondo del valle del Sena, que estaba á las puertas de Paris y habia terminado mi viaje. PRESENTE Y PORVENIR DE ESPA