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Una voz íntima le había dicho, poco más o menos: «Zapatos, siete duros; abrigo, setenta duros; medias de seda, seis duros; sombrero, veinte duros; manguito de legítima nutria, qué yo cuántos duros»... etc., etc., y estas etcéteras ascendían a mucho; por lo cual se decía don Juan: «, ella todo lo vale; cualquiera que tenga buen gusto se gastará en contentarla el oro y el moro; pero ¿y el chiquillo

La que debe tener lustre es el alma, no el calzado. Parece mentira que los humanos demos tal valor a estas niñerías. ¡Injusto estuve con la pobre chiquilla! ¡Inocente y angelical criatura! Soy un animal... ¿Pero quién es el guapo que de estrellas abajo entiende y practica la justicia? El tenido por justo hace setenta y dos barbaridades cada día.

¡Oh! aplastado; ¡figúreselo usted libre de un monstruo y con setenta millones de pesos! ¡Setenta millones! exclamó Blanca, bonito dote, mamá ¿eh? Fernanda hizo un signo de aprobación y su fisonomía se alumbró como si concibiese una vaga esperanza. Pero don Ramón ha sido feliz con su tía... un viejo pisaverde, alegre, muy sirvientero... ¿no es verdad? preguntó riendo.

Miren ustedes este que es el más pequeño de todos no pesa más de dos quilates, me ha costado veinte mil pesos y ya no lo doy en menos de treinta. He tenido que hacer un viaje expresamente para comprarlo. Este otro, encontrado en las minas de Golconda, pesa tres quilates y medio y vale más de setenta mil.

Sospechaban los criados antiguos de la casa, que era hijo de la hermana del señor baron, y de un honrado hidalgo, vecino suyo, con quien jamas consintió en casarse la doncella, visto que no podia probar arriba de setenta y un quarteles, porque la injuria de los tiempos habia acabado con el resto de su árbol genealógico.

Habían dejado los franceses en Montoro un destacamento de setenta hombres para custodiar un molino donde fabricaban con dificultad harina malísima.

Y preguntó entonces con el aire de un juez que le hace al testigo preguntas capciosas: ¿Cuánto dinero podía haber en los talegos, maese Marner? Doscientas setenta y dos libras esterlinas, doce chelines y medio chelín, había ayer noche cuando las conté dijo Silas exhalando un suspiro y volviéndose a sentar. ¡Bah! No era tan pesado de cargar. Entró el vagabundo, y se las llevó.

A la distancia de un cuarto de hora próximamente de Teruel, está la Plaza de Toros, cuya figura es un polígono regular de veinticuatro codos y su total diámetro consta de ochenta varas castellanas: tiene setenta y dos palmos, grada cubierta y tendido y puede dar cabida a mas de 9000 personas, quedando para la lid un circo de 50 varas de diámetro: es sumamente cómoda y espaciosa en toda su distribución: tiene café, enfermería, pieza de guadarnés, cuadra y cuatro puertas a los cuatro puntos cardinales.

BOLLITOS AL HORNO. Se toman medio kilo de harina, dos huevos, sal, media copa de leche, cuatro cucharadas de azúcar, una cucharadita de bicarbonato y setenta gramos de mantequilla; se trabaja todo unido, y cuando la masa está fina, se deja un par de horas reposando; después se afina bien con el rollo, y se hacen los bollos y cuecen al horno.

Cuando acontecieron los sucesos del setenta y dos, temió el P. Florentino que su curato por los grandes beneficios que rendía llamase la atencion sobre él, y pacífico antes que todo solicitó su retiro, viviendo desde entonces como particular en los terrenos de su familia, situados á orillas del Pacífico.