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Miren ustedes este que es el más pequeño de todos no pesa más de dos quilates, me ha costado veinte mil pesos y ya no lo doy en menos de treinta. He tenido que hacer un viaje expresamente para comprarlo. Este otro, encontrado en las minas de Golconda, pesa tres quilates y medio y vale más de setenta mil.

Esta fué la ménos fatal aventura de mi vida, pues no hiciéron mas que enviarme á Macao, donde me embarqué para Europa. Fué preciso calafatear el navío en la costa de Golconda, y me aproveché de la oportunidad para ver la corte del gran Aurengzeb, de quien se contaban entónces mil portentos.

Agradecido y entusiasmado, trajo entonces perlas de Ormúz, diamantes de Golconda y tejidos de seda, venidos del Catay y bordados con tal esmero y maestría, que no parecía labor de seres humanos sino de hadas y de genios. De la mejor y más estupenda de aquellas telas bordadas se prendó la dama incógnita, quiso comprarla, y pidió el precio.

Para esto, para otros gastos de la expedición y para excitar también la codicia y el celo de Morsamor, Narada entregó a este no corta cantidad de rupias de oro y además, en un pequeño saco de cuero, diamantes de Golconda y perlas rubíes de Ceilán, por cualquiera de los cuales había en Goa joyeros que darían considerables sumas.

El pobre señor, abstraído de todo, se olvidó hasta de la administración de su casa. Si en aquellos días se viste su mujer de Emperatriz de Golconda, la mira y se queda tan fresco. Con la pérdida del apetito trastornose su naturaleza. Francamente, había motivo para temer en él una perturbación grave.