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A juzgar por el semblante sombrío, pálido, inmóvil del confesor del rey, debía suponerse que gravísimos pensamientos le ocupaban. De tiempo en tiempo se detenía, leía una carta arrugada que tenía en la mano, crecía su palidez al leerla, temblaba, y volvía á arrugar la carta en un movimiento de despecho.

Lo propio acontece con La fausse apparence, del mismo Scarron, arreglo de la comedia de Calderón No siempre lo peor es cierto, bastando leerla para convencerse del talento particular y sobresaliente de este poeta deplorable para manchar cuanto tocaba, y para empeorar los originales, que sujetaba á su afición á las traducciones

En la tarde del mismo día en que Azorín ha recibido estas dos cartas, poco después de comer, ha llegado un criado y le ha puesto en sus manos otra voluminosa. Azorín, después de leerla, ha decidido salir la misma tarde para Petrel, a pie, dando un paseo.

Pero cuando acabé de leerla, ¡qué nueva y terrible fase tomaba la refriega entre los marinos y nuestros soldados! ¡Santo Dios! ¿Perderíase la batalla? Destrozados en el primer ataque los franceses, lo repetían sacando el último resto de bravura de sus corazones resecados por el calor, y volvían a la carga resueltos a dejarse hacer trizas en la boca de los cañones, o tomarlos.

Sólo de vez en cuando le veían aparecer en el club sus amigos habituales; y siempre pensativo, reconcentrado, respondía con una sonrisa forzada a las exclamaciones ruidosas que le acogían. En una de aquellas ocasiones le fue entregada una esquela. Delante de todos la abrió. Después de leerla, hizo un gesto hastiado y la dio a Miguel Castilla, uno de sus amigos. Si quieres ir a verla, por ...

Uno de los señores de los extremos le toma la papeleta, mas antes de leerla le examina escrupulosamente de pies a cabeza cual si tratase de sonsacarle, mediante su aspecto, qué intención perversa le había movido al venir hasta allí en demanda de un libro.

Las virtudes del Infante habían excitado la admiración de sus enemigos, pero sin ablandar por eso sus rigores. La Clede, Histoire du Portugal. V. también á H. Schulze, Del Príncipe constante, de Calderón: Weimar, 1811. «¡Qué poesía! ¡No nos cansamos nunca de leerla y admirarla!

Corrí a mi cuarto, encendí el quinqué, y, presa de hondísima emoción, leí la carta. Mi tía pretendía en vano disimular su impaciencia. ¿Qué dice?... ¡Vamos, tía, calma, calma! Voy a leerla; pero que tía Carmen la oiga también.... Linilla había previsto el caso, y escribió dos cartas: una para que pudiera yo leerla delante de mis tías; la otra para .... ¡Sólo para !

Comencé a leerla, y al punto di con lo que yo más me temía...: la idea, ¡la diabólica idea! Allí estaba, saltándome a los ojos como chispa de volcán. Toda la carta no era otra cosa que el aliño estimulante en que venía preparada. ¡Qué astucia de Satanás!

- leyera -dijo el cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer. -Harto reposo será para -dijo Dorotea- entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aún no tengo el espíritu tan sosegado que me conceda dormir cuando fuera razón. -Pues desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; quizá tendrá alguna de gusto.