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Montiño metió la mano con dificultad por uno de los vanos de la reja, y dió á la madre Misericordia la carta. La abadesa se fué á leerla á la luz. Para comprender esta carta, es necesario insertemos primero la que el duque de Lerma escribió aquella mañana para la abadesa, y después la contestación de éste.

Las ideas insertas en esta obra, son tan singulares y opuestas á cuanto pudiera esperarse del fundador y primer maestro del drama moderno, que han movido á algunos á imaginar que Lope se propuso «burlarse de sus adversarios con el achaque de burlarse de propiopero, en esta hipótesi, sería su obra lo más inútil, defectuosa y falta de ingenio que pudiera pensarse, bastando, á nuestro juicio, leerla sin prevención para convencerse de la futilidad de semejante aserto.

Pensando como se ha visto, llegó Bermúdez a su despacho; y manoseando la correspondencia que el ama de llaves había dejado sobre su pupitre mientras andaba él a caza de los secretos de Nieves, topó con una carta que traía el sello de la administración de correos de Villavieja. Alegrose mucho de ello, y se sentó para leerla con toda comodidad, porque prometía, por el bulto, ser bastante larga.

Pues todo queda arreglado. Lee. Sacó del bolsillo una carta y me la dio. Principié a leerla. A cada palabra, una falta de ortografía. No dejé de sonreirme. ¿De qué te ríes muchacho? ¡Ah! Ya me lo imagino.... De los disparates de Castro. Pues no te rías. Castro Pérez es un hombre muy instruido. Lo será; pero no sabe una palabra de.... ¡Hijo! ¡Defectos de la educación antigua!

Estaba, sin embargo, tan demacrada, que los que la veían a intervalos largos quedaban sorprendidos. Lejos de perder con esto la belleza, parece que se había aumentado. Su tez era más fina y transparente; los ojos más brillantes. Una mañana dijo que no tenía deseos de levantarse. Raimundo se sentó al lado del lecho y se puso a leerla una novela. Al cabo de un rato le dijo: Estoy mal a gusto.

Las vidas de los santos, sus martirios y milagros, que Tirso solía leerla en el Año Cristiano, traducido del P. Croisset, eran para su imaginación como novelas de interés grandísimo, y la relación de aquellos gloriosos dolores y glorificaciones se le antojaban impregnadas de encantadora poesía.

Don Juan Manuel le interroga, y de tiempo en tiempo un relámpago les alumbra y se ven las caras lívidas. ¿Traes una carta? , señor. Ahora no puedo leerla... Dime qué desgracia es esa... ¿Ha muerto? No, señor. ¿Hace muchos días que está enferma? Lo de agora fué un repente... Mas dicen que todo este tiempo ya venía muy acabada.

«Con las manos en la masa está Domingo Tiznado, haciendo tumbas a moscas en los pasteles de a cuatroLope de Vega, en el acto II de El Caballero del Sacramento, explica bien el sentido del refrán: «DORISTA. Leerla quiero, por ver en mi desdicha un proverbio.

Pues, ¿vaya que no sabe V. otra cosa? ¿Qué? Que Clara me ha contestado. La contestación vino ayer por el aire, como la carta primera que juntos leímos. ¿Tienes ahí la nueva carta? , tío. ¿Quieres leerla? No lo merece V.; pero yo soy tan buena, que la leeré. Lucía sacó un papel de su seno. Antes de leer, dijo: En verdad, tío, esto me pone muy cuidadosa y sobresaltada.

El Prólogo se hace para advertir algunas cosas, sin cuyo conocimiento no se penetraria tal vez el designio de la obra; ó para dar á los lectores una descripcion general de ella, para que se muevan con mayor aficion á leerla.