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Actualizado: 7 de junio de 2025


Pues : yo tenía en mi mano la carta cerrada, y la curiosidad por leerla no era curiosidad; era una sed moral más terrible que la sed física que poco antes me atormentara.

Después que se alejan el Rey y Roberto, expresa el Condestable, en frases apasionadas, los diversos sentimientos que lo agitan, y su confusión se hace mayor cuando se abre de repente ante sus ojos la entrada oculta en la pared, y se presenta una criada que trae una carta de Blanca para el Rey. Se apodera de ella y sabe, al leerla, que Blanca se ha casado sólo por vengarse.

Latía mi corazón con violencia inusitada y comparábame con la Lauzun, Richelieu y Lovelace. Como ya te he dicho antes, comenzaba a anochecer. Mi vecina se acercó a la ventana como queriendo averiguar de dónde podían haber arrojado la misiva, y luego se dispuso a leerla. Entonces creí llegada la ocasión de darme a ver, y a mi vez me asomé yo a mi ventana.

No se lo digáis á nadie, porque no me gusta pasar por torpe: pero no la leo... no la adivino. Hacedla el amor. ¿Yo?... Es hermosa. Pero descarada. Por las descaradas se conoce á las enmascaradas; un amante ve lo que no ven los demás, y nos conviene ver á esta mujer. Enamoradla. Ya lo he hecho. ¿Y no habéis podido leerla? No, porque no se ha enamorado de mi.

Diga usted que hicieron bien, señor Fígaro: ¡éste escribe siempre con una intención! lo que ha mamado en sus libros... baste con decirle a usted que su madre se moría de risa al leerla, y yo lloraba de gozo... hubo que rehacerla... y por fin se logró que pasara la nueva. ¡Hola!

También recordó Ana la carta que pocas horas antes le había escrito, y este era otro lazo agradable, misterioso, que hacía cosquillas a su modo. La carta era inocente, podía leerla el mundo entero; sin embargo, era una carta de que podía hablar a un hombre, que no era su marido, y que este hombre tenía acaso guardada cerca de su cuerpo y en la que pensaba tal vez.

Montiño entregó la carta al padre Aliaga, que se levantó y fué á leerla junto á la vidriera de un balcón. El padre Aliaga leyó y releyó aquella carta. Luego volvió junto al cocinero mayor. ¿Sabe esto alguien? dijo guardando la carta del difunto Pedro Montiño, con gran cuidado el cocinero. , señor exclamó Montiño ; lo sabe una mujer. ¿Qué mujer es esa? Doña Clara Soldevilla.

Cuando llegamos a casa, al tiempo de separarnos, la hermana San Sulpicio me dijo: Oiga: ¿podría proporcionarme esa novela de que me hablaba? ¿La de Maximina? : pediré permiso a la superiora y al confesor para leerla. Creo que me lo concederán... Y si no me lo conceden, la leeré de todos modos, aunque me cueste una severa penitencia.

-Con todo eso -dijo el don Juan-, será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a en éste más desplace es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.

Hemos tenido ocasion de copiar en la Biblioteca real de Paris un curioso M. S. aljamiado señalado con el núm. 290, que prescribe cierta oracion de mucha virtud contra el demonio en la hora de la muerte, la manera de leerla y la colocacion que ha de dársele cuando uno muere.

Palabra del Dia

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