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Pero él entró en el coro menos tranquilo que solía. Arrellanado en su sitial del coro alto, manoseando los relieves lúbricos de los brazos de su silla, De Pas, mientras los colegiales ponían el grito en el cielo, comentaba, como si rumiara, las revelaciones de la Regenta.

El tal ojo quedaba a larga distancia de su sitio natural, o, cuando más, caía grotescamente en el vientre o el rabo. Isidro seguía imperturbable, manoseando hermosos brazos con aire paternal, guiando los bustos perfumados con protectora suavidad.

Nepomuceno, confundiendo las cosas, y hasta las facultades del alma, se llegó a figurar que los genios alemanes eran unos sátrapas que se pasaban la vida despreciando a los seres vulgares y manoseando los mejores bocados del eterno femenino. Cuando llegó lo de las madres del tantas veces citado Goëthe, Nepo no podía menos de figurarse las tales madres como unas ubérrimas amas de cría.

La persona que aguardaba en la penumbra del cortinón, manoseando suavemente un rollo de papeles, era Simón, que no se dobló en dos mitades al acercarse a su señora, como se doblaba al ponerse delante del difunto marqués, ni se notaron en su cara ni en su voz los reflejos y las inflexiones de entonces.

«¿Qué hacer? siguió pensando . ¡Ay! ¿En dónde me he metidoUnos golpecitos en la puerta del salón la hicieron abandonar sus pensamientos. Entró Sebastiana con expresión tímida é indecisa, manoseando una punta de su delantal. Al mismo tiempo sonreía mirando á la señora, como si buscase palabras para dar forma al deseo que la había traído hasta allí.

Se nos refiere un suceso, pero escuchamos la narracion con atencion floja, intercalando mil observaciones y preguntas, manoseando ó mirando objetos que nos distraen; de lo que resulta que se nos escapan circunstancias interesantes, que se nos pasan por alto cosas esenciales, y que al tratar de contarle á otros, ó de meditarle nosotros mismos para formar juicio, se nos presenta el hecho desfigurado, incompleto, y así caemos en errores que no proceden de falta de capacidad, sino de no haber prestado al narrador la atencion debida.

Pensando como se ha visto, llegó Bermúdez a su despacho; y manoseando la correspondencia que el ama de llaves había dejado sobre su pupitre mientras andaba él a caza de los secretos de Nieves, topó con una carta que traía el sello de la administración de correos de Villavieja. Alegrose mucho de ello, y se sentó para leerla con toda comodidad, porque prometía, por el bulto, ser bastante larga.