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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El padre Aliaga comprendió que el cocinero mayor estaba bastante asustado para que fuese necesario asustarle más, y que seguir asustándole sería dar motivo á que no dijese una palabra con concierto. Vamos, vamos; no os he hecho venir... Perdone vuestra señoría; me han traído preso. Pues bien, no os he mandado prender para manteneros preso, sino para que viniérais. No pretendo haceros mal alguno.
Y no tuvo escrúpulo en asustarle un poco más de lo que estaba, recordándole las penas del Infierno, aunque estos recursos de terror le repugnaban a ella. Quintanar mostraba gran empeño en sostener que el fuego de que se trataba no era material, era simbólico. No es de fe repetía en mi opinión, creer que ese fuego es físico, material; es un símbolo, el símbolo del remordimiento.
No se asombre de ese desenvolvimiento rápido que, conociéndole a usted, imagino que ha de sorprenderle y acaso asustarle. Deje actuar fuerzas que tratándose de usted no tienen nada de peligrosas; hábleme para que le conozca, permítame verle tal cual es y a mí vez le diré a usted cuánto ha crecido.
Yo no pretendo asustarle, sino persuadirle de que tiene ya dueño lo que vuecencia pretende poseer por un liviano capricho o por antojo de un momento. No quiero yo replicó don Andrés con insolencia privar al dueño de su propiedad.
El clérigo quiso humillarse, pedir perdón.... Salga usted inmediatamente. Salió. Peláez temblando y lívido se atrevió a decir: ¡Cuánto siento!... señor Magistral.... No sienta usted nada. Han venido ustedes en mal día. Estoy nervioso. Quise asustarle, imponerle respeto por el terror... y no conté con mi mal humor; me he exaltado de veras, me he dejado llevar de la ira....
El que la decía sin falta se ganaba una raya buena, y una mala el que cometía más de tres equivocaciones. Un chico gordo, con cara de sueño y cabellos tiesos y duros como barbas de un cepillo, bostezaba hasta dislocarse la mandíbula y se desperezaba estendiendo los brazos, lo mismo como si estuviese en su cama. Vióle el catedrático y quiso asustarle. ¡Oy! tú, dormilon, ¡abá! ¿cosa?
Ellos pretenden que no hará nada y que sólo se propone asustarle, pero yo la conozco mejor que nadie y sé que se matará. ¿Y por qué no ha de matarse? ¡Ya ves, a mí que te estoy hablando, me ha matado! ¿Te has fijado en aquel puñal que tenía sobre su chimenea en París? Pues bien, un día, no me acuerdo cuándo, me lo hundió en el corazón.
Entonces salió de la espesura un viejo, algo encorvado por la edad, que parecía llegar a cien años, y con airado acento censuró la cruel conducta de Tomás Cardoso y hasta le amenazó con un castigo. Con burla y desprecio respondió el portugués al pobre anciano y dirigió sobre él el caballo para asustarle.
Tuvo bastante fortaleza para contener sus ansias y dejar para la tarde la visita. Su madre le habló como siempre, de lo que se murmuraba, y él encogió los hombros. Oía la voz dura y seca de doña Paula anunciando, por asustarle, el cataclismo de su fortuna, la ruina de su honra, como si le hablase de los cataclismos geológicos del tiempo de Noé. Le parecía que era otro Provisor aquel de quien el público se quejaba. «¡Ambición, simonía, soberbia, sordidez, escándalo!... ¿qué tenía él que ver con todo aquello? ¿Para qué perseguían a aquel pobre don Fermín si ya había muerto? Ahora el don Fermín era otro, otro que despreciaba a sus vecinos y ni siquiera se tomaba la molestia de quererlos mal.
Debió asustarle aquella cara angulosa y pálida, con una blancura de papel mascado; le causó miedo la extraña vestidura de pielroja y huyó, sacudiendo sus plumas como para librarse del vaho de sepultura y lana podrida que exhalaba la reja. El único rumor de vida era el de los compañeros de cárcel que paseaban por el patio.
Palabra del Dia
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