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El portero me trae una tarjeta: «Es una señora vie-jita dice , y pregunta si la señora puede recibirla». Leo: Melchora Ponce del Ebro de Nuezvana.

ATENAIS. Ya eres dichosa. Posees ciencia, hermosura, juventud, riqueza y hasta aseo. Yo, desvalida y menesterosa, lejos de envidiarte, me regocijo. PROCLO. El cielo te premiará, generosa Atenais. Yo, que estoy ahora inspirado, leo en el porvenir tu egregio destino. El joven Teodosio, a quien educa muy bien su hermana Pulqueria, a fin de que brille en el trono imperial, se casará contigo.

He ganado en esta crisis, que tanto me atormentó, una intimidad más estrecha con él; me permite que le lea y encuentra que lo hago bien y con inteligencia. Observe usted esto, señor cura; mi padre, que sabe lo que se dice, asegura que leo con inteligencia. No me gustaba nada más que la vida de los santos, con tal que no fuesen muy largas ni atestadas de notas.

Si a esas horas ha parecido ya algún periódico, me lo entra mi criado, después de haberlo hojeado él: tiendo la vista por encima; leo los partes, que se me figura siempre haberlos leído ya; todos me suenan a lo mismo, entra otro, lo cojo, y es la segunda edición del primero. Los periódicos son como los jóvenes de Madrid, no se diferencian sino en el nombre.

Nosotros no estamos preparados para gobernar con Hamilton, Madison y Story. ¡El buen sentido, eso basta! ¡, señores, el buen sentido basta! Yo por ejemplo, no leo sino los diarios, y el periodismo, señores, es como el pelícano, alimenta a sus hijos con su propia sangre. ¿Usted ha estado en mi estudio, señor don Ramón, no es verdad? ¿Ha estado usted? ¡Pues bien! ¿Qué libros ha visto usted?

¿Fue santa Sinforosa?... ¡Pues yo creí que había sido la otra! ¡Como leo todos los días el Año Cristiano, armo a veces unos galimatías!... Y dígame, madre Larín, ¿cree usted que perseverará mi hija, que su vocación será verdadera?

Lo leo en los ojos de la que fué mi amiga y protectora... no puedes abandonarme, Ulises; no desearás mi muerte. Se indignó Ferragut ante estas súplicas, rompiendo al fin su desdeñoso silencio. ¡Comedianta!... ¡Todo mentira!... ¡Inventos para juntarte conmigo, haciéndome intervenir otra vez en los enredos de tu vida, mezclándome en tus trabajos de espionaje!...

Reclamaron juntos el equipaje, confiáronselo a un mozo, a quien dieron las señas de la casa donde lo había de llevar, y salieron de la estación. Vamos a tomar un coche: ¡hoy es día de gastar dinero! dijo Pepe. ¿Para qué? ¿Está lejos la casa? Lejos, no; pero tienen mucha gana de verte. Todo está preparado... tu cuarto dispuesto... ¡Verás qué guapa es Leo y como te reciben todos!

¡Ah! respondió es usted demasiado niño si creyó abusar de una mujer que tenía la locura de amarle. Leo claramente sus maniobras, créame. Por otra parte, quién es usted... No estaba lejos cuando la señorita de Porhoet transmitió á la señora de Laroque vuestra política confidencia... ¡Cómo! ¿Usted escucha á las puertas, señorita?

Delante tengo la inmensa llanura de roja arena que se pierde en el infinito con suaves ondulaciones. El cielo es azul; un vaho tibio asciende de la tierra. Leo un periódico: habla del clericalismo de España. Parece ser que una simple decisión del gobierno acabará con él... Los políticos y los periodistas y ésta es la raíz de nuestras desventuras ven bárbaramente las cosas en abstracto.