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Actualizado: 19 de junio de 2025
ASCLEPIGENIA. Una doncella tan sabia, educada con esmero en Atenas; una poetisa tan inspirada como tú, en quien veo renacer, en edad temprana, las altas prendas de Hipatia, no podía menos de comprender este amor mío que descuella sobre mis otros amores. ATENAIS. Es un dolor que no pueda ser el único. ASCLEPIGENIA. La culpa, hasta cierto punto, la tiene el pícaro misticismo. Por él nos separamos.
Más que Atila y todos los bárbaros, me hacen prever estos síntomas la total ruina de la civilización. Pero volviendo a la suciedad y descuido en la persona, te aseguro que me ha dado grima ver a Proclo. Ofende toda nariz medianamente delicada. ATENAIS. Cruel inconveniente es ese si has de vivir con Proclo.
Estrado o parastasio rico y elegante en casa de Asclepigenia adornado con estatuas y pinturas, e iluminado con lámparas, unas pendientes del techo, otras colocadas sobre mesas délficas. ATENAIS. ¿Con que has visto a tu primer amor? ASCLEPIGENIA. Sí, le he visto. Me ha dado lástima. Está flaco, pálido, apergaminado. Y luego ¡qué sucio!
ATENAIS. Pero, declárate con franqueza; a pesar de está Proclo tan viejo, tan estropeado y tan sucio, ¿le amas todavía? ASCLEPIGENIA. Le amo y le adoro. Se me figura que él es la última encarnación del maravilloso genio de Grecia. Amándole, se magnífica y ensalza todo mi ser, hasta considerarme yo misma como la ciencia, la poesía, la civilización griega personificada.
SIERVA. Señora, Crematurgo pide licencia para entrar. ASCLEPIGENIA. Que entre. ATENAIS. ¿Me retiro? ASCLEPIGENIA. Retírate. ASCLEPIGENIA.¡Qué agradable sorpresa! ¿Qué significa venir los tres juntos a mi casa? CREMATURGO. Envidiable frescura te concedió el cielo. ¿Cómo, al vernos entrar juntos a los tres, no tiemblas, no te asustas, no te hundes avergonzada en el centro de la tierra?
Sin él hubiéramos vivido juntos, hubiéramos sido humanamente amantes y esposos, y ni yo hubiera caído, ni Proclo hubiera llegado a ser, con lamentable precocidad, y quedándose pobre, un vejestorio tan incapaz, y tan feo. ATENAIS. Tu propósito era difícil. No extraño que no hayas podido cumplirle. El temple de alma de la emperatriz Pulqueria es rarísimo.
ASCLEPIGENIA. ¡Atenais! ¡Atenais! ¡Acude! ¡Oh desgracia! Acude; trae un pomo de esencias. ¡Nos quedamos sin filosofía! Ya no hay filosofía posible. Ya no hay más que ciencias positivas y prosaicas. Mi filósofo se me muere. ATENAIS. Cálmate. No es nada. Ya vuelve en sí. ASCLEPIGENIA. ¡Buen susto me he llevado! ¡Pobrecito mío de mi alma! ¡Qué malo se me puso! Ha sido un momento de debilidad.
ASCLEPIGENIA. ¿Qué temple de alma ni qué calabazas? Ella es emperatriz y no necesita de un Crematurgo. ATENAIS. ¿Tiene acaso algún Eumorfo? ASCLEPIGENIA. ¡Vaya si le tiene! Nadie lo ignora, menos tú, que estás en Babia, y Marciano, que hace la vista gorda. ATENAIS. ¿Y quién es ese feliz mortal? ASCLEPIGENIA. El lindo y gracioso Paulino. ATENAIS. Pues no tiene mal gusto la santa.
ATENAIS. En efecto, Proclo es el príncipe de los filósofos. Tu padre Plutarco y mi padre Leoncio, notable filósofo también, le veneraban como superior a ellos. Comprendo, pues, que ames a Proclo.
ATENAIS. Mucho me he de holgar si tus vaticinios se cumplen. ASCLEPIGENIA. Y yo también.
Palabra del Dia
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