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Actualizado: 19 de junio de 2025
Proclo, agitando su báculo, traza en le aire círculos y otras figuras mágicas, y murmura entre dientes palabras ininteligibles. Óyese música celestial, lenta y sumisa. ASCLEPIGENIA Y ATENAIS. ¡Qué portento!
ATENAIS. Ya eres dichosa. Posees ciencia, hermosura, juventud, riqueza y hasta aseo. Yo, desvalida y menesterosa, lejos de envidiarte, me regocijo. PROCLO. El cielo te premiará, generosa Atenais. Yo, que estoy ahora inspirado, leo en el porvenir tu egregio destino. El joven Teodosio, a quien educa muy bien su hermana Pulqueria, a fin de que brille en el trono imperial, se casará contigo.
ATENAIS. Si esa alegoría puede tener alguna aplicación cuando el diálogo se escriba, tal vez interese el diálogo. ASCLEPIGENIA. Suceda lo que suceda, no debe importarnos mucho. Allá se las haya el autor. Nosotros cinco, mortales y dioses, vámonos al triclinio, donde tengo preparada una suculenta y bien condimentada cena. MORTALES Y DIOSES. Vámonos a cenar.
ASCLEPIGENIA. Es Atenais, hija de Leoncio. PROCLO. ¡La hija de mi docto e ilustre amigo!... ¡El cielo te bendiga, Atenais! ASCLEPIGENIA. ¿Me perdonas, Proclo? PROCLO. No hablemos más de lo pasado: olvidémoslo. ASCLEPIGENIA. ¿Vivirás conmigo? PROCLO. No quiero ni puedo vivir ya sin ti. Tú serás el lucero que ilumine con su luz apacible la melancólica tarde de mi existencia.
Doy por cierto que en los quince años que ha vivido lejos de mí no se ha lavado una vez sola ni siquiera las manos. ATENAIS. Ese grave defecto tiene el espiritualismo o misticismo, que ahora priva y cunde. Parece que las virtudes a la moda exigen que sean puercos los virtuosos.
Palabra del Dia
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