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Yo las coronaba en mi mente con diademas y mitras orientales, y las envolvía en mantos de púrpura y de oro, y las rodeaba de pompa regia, como a Ester y a Vasti: yo les prestaba la sencillez bucólica de la edad patriarcal como a Rebeca y a la Sulamita; yo les daba la dulce humildad y la devoción de Ruth; yo las oía discurrir como Aspasia o Hipatia, maestras de elocuencia; yo las encumbraba en estrados riquísimos y ponía en ellas reflejos gloriosos de clara sangre y de ilustre prosapia, como si fuesen las matronas patricias más orgullosas y nobles de la antigua Roma; yo las veía ligeras, coquetas, alegres, llenas de aristocrática desenvoltura, como las damas del tiempo de Luis XV en Versalles; y yo las adornaba, ya con púdicas estolas, que infundían veneración y respeto, ya con túnicas y peplos sutiles, por entre cuyos pliegues airosos se dibujaba toda la perfección plástica de las gallardas formas; ya con la coa transparente de las bellas cortesanas de Atenas y Corinto, para que reluciese, bajo la nebulosa velatura, lo blanco y sonrosado del bien torneado cuerpo.

ASCLEPIGENIA. Una doncella tan sabia, educada con esmero en Atenas; una poetisa tan inspirada como , en quien veo renacer, en edad temprana, las altas prendas de Hipatia, no podía menos de comprender este amor mío que descuella sobre mis otros amores. ATENAIS. Es un dolor que no pueda ser el único. ASCLEPIGENIA. La culpa, hasta cierto punto, la tiene el pícaro misticismo. Por él nos separamos.