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Actualizado: 24 de junio de 2025
Al cabo de un año don Luis, escogiendo con cautela las casas donde la llevaba, comenzó a presentarla en la titulada buena sociedad, con lo cual sus galas y tocados la preocuparon mucho más que antes la ropa de las santas imágenes: el gabinete lleno de primores y el lecho mullido le fueron más gratos que el frío dormitorio y la estrecha cama de colegiala; las flores que se ponía en el pelo cortadas por su mano en el jardincito de la casa, destronaron a los ramilletes de trapo de los altares; y para colmo de impiedad, la primer sinfonía de Mozart que oyó tocar sonó en sus oídos más grata que las letanías, salves y motetes.
¡Márchate! dijo con voz colérica . Nada quiero saber de ti... Lo tuyo no me interesa, no deseo conocerlo... ¡Fuera de aquí! ¿Por qué me buscas? Pero ella no parecía dispuesta á cumplir sus órdenes. En vez de marcharse, se dejó caer con desaliento en uno de los divanes de la cámara. He venido dijo para rogarte que me salves.
Un maestro de música formó un coro de primer orden, siendo cosa de oír y todo el Madrid elegante se regocijó de ello cómo cantaban salves y motetes por las tardes las infelices que pasaban trabajando todo el día.
Parecíale estar en un templo de culto diverso del que ella profesaba. Una Virgen blanca, con filetes de oro en el manto, que presentaba el divino infante en una de las capillas de la nave, la tranquilizó algo. Allí rezó buena porción de salves, deshojó las rosas sangrientas del rosario, los místicos lirios de la letanía. Salió del templo con ligero paso y alegre corazón.
879 Y dale siempre rosarios, noche a noche sin cesar; dale siempre barajar salves, trisagios y credos; me aburrí de esos enriedos y al fin me mandé mudar. 880 Anduve como pelota, y más pobre que una rata: cuando empecé a ganar plata se armó no sé que barullo: yo dije: a tu tierra, grullo, aunque sea con una pata.
Que salves tú misma, y sola, nuestra dicha. ¿Es mucho? Reflexiona acerca de lo que sucede enderredor. Aquí está el desorden donde perecerá nuestro reposo; fuera de aquí, la calma, la libertad de amarnos. Herminia, ¡tenemos tanto tiempo delante, y tan hermoso!
Rezó primero el Padre Nuestro, luego el Credo después muchas Salves y Ave Marías, cuanto aprendió de niña sin saber lo que significaba, y por último, buscando en las reconditeces de su alma acentos propios, inspirados en la magnitud de su desventura; dijo alzando los ojos y clavándolos en la estampa: «¡Señor! ¡Piedad, misericordia! ¡Que no se mueran estos niños! ¡Pan, nada más que pan!» Y dejando caer la cabeza sobre el asiento de una silla que tenía delante, permaneció en oración largo rato, hasta que el marido la llamó desde el jergón que les servía de cama, diciendo: Ven, hija, ven y trae cualquier cosa para arroparnos, que aquí no se puede parar de frío.
Viejo, sé hombre todavía por lo menos una vez en tu vida. ¡Es preciso que la salves, es preciso, es preciso, es preciso! Y tan ligero como sus piernas cascadas podían llevarlo, se precipitó empujando a su paso a la ama de llaves que escuchaba en la puerta y echó a andar por la escarcha helada y punzante de la mañana de invierno.
Y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición; a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero; que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos.
Haz que mamá y Leo canten letanías, fervorines, gozos, salves, todo el repertorio de la música celestial; que recen hasta repetir maquinalmente lo que les enseñes: sólo te ruego que la devoción no robe amparo ni cariño a mi padre, y que no alecciones a la chica en cosas que ignora. ¿No ha de huir el peligro?
Palabra del Dia
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