United States or Benin ? Vote for the TOP Country of the Week !


A otra en fin, le extasiaba oirle interpretar alguna famosa melodía de Mozart o Schuman en el violoncelo. Porque nuestro héroe tocaba el violoncelo con rara perfección y fuerza es confesar que este delicadísimo instrumento le ayudó poderosamente en las más de sus famosas conquistas.

La habitación contenía toda la fortuna del artista: una cama de hierro, que era aún la del Seminario, un armónium, dos bustos de yeso de Beethoven y Mozart y un montón enorme de paquetes de música, de partituras encuadernadas, de hojas sueltas de papel pautado, pero tan grande, tan revuelto y confuso, que con frecuencia se desplomaba, invadiendo con blanco aleteo hasta los últimos rincones.

Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente a los Evangelistas de Durero; en la Glicoteca, contemplando los mármoles de Egina; en el teatro rococó de la Residencia, donde cantaban las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoración de porcelana y guirnaldas que parecía imponer a los espectadores el uso del tacón de púrpura y la peluca blanca.

Supongo que éste no escapa a la ley común, y aunque proviene simplemente de la venta de un coleccionista célebre, cultivo piadosamente esta leyenda, cuya autenticidad tiene por suprema garantía mi propia autoridad reforzada con la del profano vendedor. La joven se puso a tocar un Lied de Mozart, y después cantó la romanza de Martini «Placer de amor».

Yo le encuentro guapo declaró la joven con entusiasmo. ¿Habrá que decírselo? La joven se echó a reír y dijo con más seriedad: La verdad es que la edad no importa en la cuestión. Hay octogenarios sin bagajes, y Mozart y Bonaparte eran ya viejos de gloria a los treinta años. ¡Ay! señorita, ¿hay que ser Mozart o Bonaparte para encontrar gracia con usted?

Ahí tengo en ese montón las nueve sinfonías del «Hombre», sus innumerables sonatas, su misa, y con él a Haydn, a Mozart, a Mendelssohn, a todos los grandes tíos, en una palabra. Hasta tengo a Wagner. Los leo, toco en el armónium lo que es posible, ¿y qué...? Es como si a un ciego le describieran con gran elocuencia el dibujo de un cuadro y sus colores.

Había ido poco antes a Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería musical.

Al cabo de un año don Luis, escogiendo con cautela las casas donde la llevaba, comenzó a presentarla en la titulada buena sociedad, con lo cual sus galas y tocados la preocuparon mucho más que antes la ropa de las santas imágenes: el gabinete lleno de primores y el lecho mullido le fueron más gratos que el frío dormitorio y la estrecha cama de colegiala; las flores que se ponía en el pelo cortadas por su mano en el jardincito de la casa, destronaron a los ramilletes de trapo de los altares; y para colmo de impiedad, la primer sinfonía de Mozart que oyó tocar sonó en sus oídos más grata que las letanías, salves y motetes.

Pero a Mozart lo salvaba su carácter alegre; porque era un maestro en música, pero un niño en todo lo demás. A los catorce años compuso su ópera de Mitrídates, que se representó veinte noches seguidas; a los treinta y seis, en su cama de moribundo, consumido por la agitación de su vida y el trabajo desordenado, compuso el Requiem, que es una de sus obras más perfectas.

Miss Gordon le escuchaba embelesada. Jaime parecía engrandecerse ante sus ojos al ser hijo de aquella isla de ensueño, donde es siempre azul el mar, luce el sol en todo tiempo y florece el naranjo. Poco a poco Febrer fue pasando las tardes en la habitación de la inglesa. Habían terminado las representaciones del festival de Mozart.