United States or South Sudan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Y sus compañeros, los padres graves del convento, al ver su leve y triste y siempre dulce sonrisa, su palabra siempre tímida y escasa, y lo dulce de sus sermones, y la paciencia con que asistía un día y otro al confesonario, habían acabado por creerle pobre de espíritu, le trataban con cierta superioridad impertinente, y decían de él que era un buen hombre.

En vez de creerle dañino, le considera útil para los hombres, los cuales se echarían a dormir y no harían nada memorable ni poético, si no se entregasen al diablo con frecuencia.

¡El miserable! rugía yendo de un lado a otro de la habitación. ¡Cuán loca he sido! ¡Entregarme a él, creerle un hombre, confiarme a su amor, perder la tranquilidad y la única familia que me resta!... ¿Por qué no me dejó marchar sola?

Y si en mis treinta, y en mis cuarenta y aun en mis cincuenta, he toreado de lo fino, lo que es ahora... ¡Pues estoy yo bueno para fiestas con mis sesenta y nueve años y estos achaques...! Hágame usted más favor, y cuando le digo una cosa, créamela, porque para eso son los buenos amigos, para creerle a uno...

Tan bien le fue al indino en aquel empeño, que acabada la feria trasladó el tenducho al pueblo y le abrió en un cobertizo que improvisó junto a la iglesia. A creerle por su palabra, él no era traficante por necesidad, sino por lujo.

»Y yo, que no puedo creerle, hablaré en presencia de esos dignos magistrados... , hablaré. «Efectivamente, en aquel momento el aldermán y sus asesores se presentaron a la puerta del aposento; los criados estaban a espaldas de éstos y llegaban hasta la escalera. »¡Ah! dije a Teobaldo: ¡Estoy perdida! »¡No, mientras yo viva! »Y se arrojó de rodillas al pie del lecho.

El testimonio de la autoridad humana se compone del de los sentidos, que nos pone en relacion con nuestros semejantes, y del instinto intelectual, que nos induce á creerle. No todo se puede probar; pero todo criterio sufre el exámen de la razon.

Su compadre debía creerle a él, que era hombre de experiencia y había visto mucho. ¿La política...? una farsa; un oficio de volatineros. ¿El Ayuntamiento...? una cueva de ladrones; todos los que entraban en la «casa grande » era para robar. El otro le interrumpió.... ¡El Ayuntamiento...! Ahí estaba el toque. ¡Que le fueran a él con Ayuntamientos!

Demasiado sabía que un hombre de quien se han recibido tales favores hay que creerle siempre todo lo que dice, y que se contrae con él la obligación tácita de ser de su opinión en cualquier disputa, y de ponerse serio cuando él recomienda la seriedad. Allá en su interior pensaría Rubín lo que quisiese; pero de dientes afuera se mantuvo en el papel que le correspondía.

Pasaba por allí casualmente de retirada, cuando me llamaron unos amigos de Medina, Rafael Sánchez y Felipito el de D. Paco, á quien conoces. Entré, charlé cinco minutos, bebí una copa y me fuí á la cama. Ni yo conozco á las tales mujeres, ni jamás he dormido ni pienso dormir debajo de las mesas. Pero Soledad no quiso creerle.