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Actualizado: 23 de junio de 2025


El alma de Ti-Chin-Fú debe conocer bien el Imperio, y eso no le satisfaría. ¿Y si yo emplease parte de la fortuna del viejo en hacer particularmente, como filántropo, largas distribuciones de arroz al populacho hambriento? Es una idea. Funesta dijo el general, frunciendo horriblemente el entrecejo.

En tal caso quiero que sepa usted que hay un joven que compromete a Antoñita pasando y repasando por delante de la casa que habita, y hasta llega en su audacia a pararse y mirar con toda fijeza y descaro hacia los balcones. Tengo que contestarle, señor conde, que eso que usted me comunica es cosa vieja para dijo Amaury, frunciendo las cejas.

Cuando la comunidad salía de la capilla, doña Manolita, que había entrado de las últimas, sofocada, se acercó a la Superiora y le dijo que Mauricia estaba en la huerta sobre el montón de mantillo. Ya... en la basura replicó Sor Natividad frunciendo el ceño ; es su sitio. Bajaron las recogidas al refectorio a tomar el chocolate con rebanada de pan.

Está cosido a las faldas de su bella cuñada; responde otro con aire burlón. ¡Deja en paz a mi cuñada! le dice Juan frunciendo el entrecejo. El tumulto lo disgusta, los gritos roncos lo ensordecen, las bromas torpes le hacen mal. Bebe apresuradamente dos vasos de cerveza fresca, y sale, librándose con gran trabajo de las instancias importunas de sus camaradas.

Una vez al día abre la puerta, entra, inspecciona unos minutos, vuelve a salir, y hasta el día siguiente... Ni una palabra, ni un grito, ni el más leve ruido; y eso que yo muchas noches aplico la oreja a la madera del tabique, o miro en el corredor por el ojo de la cerradura. ¡Nada!... ¿Quién cree usted que podrá ser? Calló Isidro, frunciendo el ceño bajo la preocupación de este misterio.

Elena rió de sus temores, y hubo en su risa cierto desprecio, no pudiendo comprender tal pusilanimidad en un hombre fuerte. Déjeme que tenga mi corte. Necesito estar rodeada de admiradores, como les ocurre á los grandes artistas vanidosos. ¿Qué sería de si me faltase el placer de la coquetería?... Luego añadió, frunciendo el ceño y con voz irritada: ¿Qué otra cosa puedo hacer aquí?

El señor de Avrigny se excitaba, más y más con sus propias palabras y paseábase por la estancia visiblemente agitado, sin mirar a su hija, que temblaba como la hoja en el árbol, ni a Amaury que le escuchaba de pie y frunciendo el entrecejo.

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