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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Vestía un diminuto pantalón de tosco paño con chaqueta de lo mismo, cuyas reducidas dimensiones permitían a la camisa formar en torno de su cintura un pomposo buche, como que los pantalones estaban mal sostenidos por un solo tirante de orillo. Haz una vieja, Manolillo decía Anís. Y el chiquillo hacía un gracioso mohín, cerrando a medias los ojos, frunciendo los labios y bajando la cabeza.
¡Sí, María Clara! repitió Simoun y por primera vez su acento tomaba notas tristes y humanas; la quiero salvar, por salvarla he querido vivir, he vuelto... ¡hago la revolucion porque solo una revolucion podrá abrirme las puertas de los conventos! ¡Ay! dijo Basilio, juntando las manos; llega usted tarde, ¡demasiado tarde! Y ¿por qué? preguntó Simoun frunciendo las cejas. ¡María Clara se ha muerto!
Pasó por su rostro una expresión tan maligna al hablar así, que su marido se levantó del sillón frunciendo las cejas. Piensa lo que dices... Necesito que me aclares esas palabras. Pero no pudo seguir hablando. Ella había transformado completamente la expresión de su rostro, y empezó á reir con carcajadas infantiles, al mismo tiempo que chocaba sus manos. Ya se ha enfadado mi cocó.
Algunas veces, Dupont, influenciado por la soledad, que incita a las mayores audacias, y por el perfume de una carne virginal que parecía humear vida a las horas de calor, dejábase arrastrar por su instinto y ponía astutamente sus manos en aquel cuerpo. La muchacha saltaba, frunciendo las cejas y la boca con gesto agresivo. Luis: las manos cortas. ¿Qué es eso, señorito?
Pero ¡cómo se entiende! exclamó Federico de Tarlein, que también se hallaba presente. ¿No vamos a desollar a Miguel el Negro? Poco a poco, caballerito dijo Sarto frunciendo el ceño. Sería una satisfacción, sin duda, pero podría costarnos cara. ¿Creen ustedes posible que si cae Miguel deje vivo al Rey?
Al día siguiente, Atilio, antes de marcharse al Casino, llamó aparte á don Marcos. Tal vez tuviese pronto un lance de honor: ¿podía contar con él para que le apadrinase? El coronel se irguió, frunciendo las cejas con un gesto grave. Llevaba varios años sin cumplir esta solemne función, para la cual parecía haber nacido.
Naturalmente... seguro... esto es dijo el viejo frunciendo también el entrecejo. No hay nada de particular. Es mi casa; yo mismo he levantado todos sus maderos. No hay por qué temerla. Tal vez grite un poco, como hacen las mujeres, pero volverá a las buenas. El viejo fiaba, para sus adentros, en la exaltación del licor y en el poder de un valeroso ejemplo para sostenerse en semejante situación.
Un día Emma, a gatas sobre su lecho, se recreaba sintiendo pasar la mano suave y solícita de su marido sobre la espalda untada y frotada, como si se tratase de restaurar aquel torso miserable sacándole barniz. «¡Más, más!», gritaba ella, frunciendo las cejas y apretando los labios, gozando, aunque fingía dolores, una extraña voluptuosidad que ella sola podía comprender.
No entendía lo que le decían los camaradas, y con el rostro intensamente pálido, frunciendo las cejas como para concentrar su atención, balbuceaba sin saber lo que decía: ¡Fuera too er mundo! ¡Ejarme solo! Mientras tanto, en su pensamiento seguía cantando el terror: «¡Hoy mueres! ¡Hoy es tu última cogida!» El público adivinaba los pensamientos del espada en sus desacompasados movimientos.
Gonzalo aprovechó la ocasión para besarla en la frente. No se dijeron nada. La vejiga era grande y rodeada por un círculo rojo de carne inflamada. Ventura se alzó de nuevo y dijo con su habitual desenfado: Bah, bah, mejor esperamos que venga el médico: no puede tardar... Si quieres le pasaremos recado. Ya he dicho que no manifestó el joven frunciendo el entrecejo.
Palabra del Dia
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