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Actualizado: 23 de junio de 2025
El mar libre, chocaba en la línea del horizonte contra la muralla del rompeolas, coronándola de una nube de espuma que corría de un lado á otro como el humear de una locomotora invisible.
Su tonelaje y su calado le permitían remontar los grandes ríos de la América del Norte, llegando hasta las ciudades del remoto interior que hacen humear las filas de chimeneas de sus fábricas al borde de un lago dulce convertido en puerto.
Fueron tambien enviados exploradores, rio Uruguay arriba, porque hácia aquella parte se vieron estos dias humear los campos, á ver si por ventura por aquella parte se quisiese explicar el enemigo. Entretanto, vino antes de ayer un cierto español, que decia tenia órden para averiguar ¿porqué los indios eran tratados como esclavos y no como libres, diciendo que la corte le habia dado esta comision?
Los negros nubarrones huyen rápidos y caen los rayos del sol sobre los campos, haciendo humear las mojadas praderas y brillar como diamantes las gotas de lluvia en los manzanos en flor.
Les espero a él y a su hija de un momento a otro: vienen a pasar conmigo el 4 de octubre y a ver en qué para esta tentativa de dar luz a mi hijo.... Iba avanzando mansamente la noche y los cuatro personajes rodeábanse de una sombra apacible. La casa empezaba a humear, anunciando la grata cena de aldea.
Felizmente, mi tía acaba de darme una buena noticia; nos vamos después del día de Todos los Santos, es decir el martes. ¡Ya era tiempo! Se me figuraba ser uno de esos vestidos apolillados que se olvidan en los armarios. Me gustan tus comparaciones dijo María Teresa mirando humear sus botines húmedos ante el fuego de la chimenea; no son vulgares.
Enfrente, bajo el sol que agrietaba la piel en fuerza de sacar sudor, que hacía humear las ropas y ponía un casco de fuego sobre cada cabeza, enloqueciéndola, estaba la demagogia de la fiesta, el elemento ruidoso que aguardaba impaciente, tan dispuesto a arrojar al redondel los sombreros en honor al diestro, como los bancos y los garrotes en señal de protesta.
Allí pasó el verano, viendo cómo el sol, que no la calentaba, hacía humear la tierra, cual si de sus entrañas fuese a sacar un volcán; allí la sorprendieron los primeros vientos de otoño, que arrastraban las hojas secas. Cada vez estaba más delgada, más triste, con una finura tal de percepción, que oía los sonidos más lejanos.
Algunas veces, Dupont, influenciado por la soledad, que incita a las mayores audacias, y por el perfume de una carne virginal que parecía humear vida a las horas de calor, dejábase arrastrar por su instinto y ponía astutamente sus manos en aquel cuerpo. La muchacha saltaba, frunciendo las cejas y la boca con gesto agresivo. Luis: las manos cortas. ¿Qué es eso, señorito?
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