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Actualizado: 22 de junio de 2025


Pero Novoa era otro hombre, incapaz de sentir el maligno placer de los maldicientes, que se regodean con las torpezas ajenas. Además, Miguel le tenía por muy franco, y pronto se convenció de ello. Tranquilamente, sin pensar si con sus palabras molestaría al otro, el profesor aludió á lo ocurrido en el castillo de Lewis.

A buen seguro que en cuanto acabó de suceder lo de Correos, bien se puso un centinela avanzada en medio de la Puerta del Sol, que antes no le había; el cual se está allí las horas muertas, viendo si viene algo por la calle de Alcalá. ¡Que vuelvan ahora los del 18! ¿Y no hay previsión? ¡Maldicientes! Lo mismo que el entusiasmo. Mil veces he oído decir que han apagado el entusiasmo. ¿Y qué?

Los maldicientes aseguraban que eran recuerdos de amantes de su juventud, á los que la condesa había arrancado las muelas, no quedándole otra cosa que sacar de ellos. Su sentimentalismo y la libertad con que hablaba del amor justificaban tales murmuraciones. Al saber por su amiga Elena que Robledo era un millonario de América, lo miró con apasionado interés.

Vivían entonces los Pardos en su casa solariega, no muy distante de la de Ulloa: al enviudar la madre de don Pedro, el mayorazgo de la Lage iba a casarse en Santiago con una señorita de distinción, trasladando sus reales al pueblo; y don Gabriel, el segundón, se vino a los Pazos de Ulloa, para acompañar a su hermana, según decía, y servirle de amparo; en realidad, afirmaban los maldicientes, para disfrutar a su talante las rentas del cuñado difunto.

Además, se sintió irritado contra su propia torpeza. Su acción imprudente sólo servía para que este joven abriese los ojos, pensando en la posibilidad de muchas cosas que nunca había podido imaginar, y que, de imaginárselas, las habría rechazado inmediatamente, por desatinadas. ¡Y era él mismo quien venía á demostrarle que, según la opinión de los maldicientes, resultaban posibles tales cosas!...

Nucha, aunque un poco alterada la fisonomía, se mostró como siempre, afable, tranquila y atenta al buen servicio y orden de la mesa. Aquella noche el marqués no dejó dormir a Julián, entreteniéndole hasta las altas horas con larga y tendida plática. Los días siguientes fueron de tregua; don Pedro salía bastante, y se le veía mucho en el Casino, junto a la tribuna de los maldicientes.

Los días siguientes sintió la necesidad de exhibirse, de hablar con los amigos en los cafés populares y en los clubs de la calle de las Sierpes. Creía que al imponer con su presencia un cortés silencio a los maldicientes evitaba los comentarios sobre su fracaso.

Su carácter imperioso y la alegría del triunfo hacían centellear su mirada. ¡Qué gran victoria...! El templo era su casa, y volvía a él tras larga ausencia, con toda la majestad de un dueño absoluto que podía aplastar a los esclavos maldicientes que osaran atacarle.

Palabra del Dia

rigoleto

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