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Y no tengo casi nada que darte. ¡Oh! aquí hay judías; ¡a mi me gustan mucho las judías! ¡Y pan casero! ¡Es un banquete! Y ¿has venido sola, Reina? ¡Ah, caramba! es verdad: el ama de llaves ha quedado en el coche, a espaldas de la iglesia. Mandadla buscar, señor cura, y que de paso le digan que recoja mi sombrero que vuela por el jardín.

Si me atacan y yo no puedo defenderme, sosténgame usted. No permita que digan que soy un viejo imbécil. Repitió con aire extraviado: ¡Adiós! Y cogiendo el brazo de Tragomer, salió como si marchase á la muerte. M. Harvey poseía uno de los más hermosos hoteles de la plaza de los Estados Unidos.

La humanidad entera se ha ocupado y se está ocupando de la religion; los legisladores la han mirado como el objeto de la mas alta importancia; los sabios la han tomado por materia de sus mas profundas meditaciones; los monumentos, los códigos, los escritos de las épocas que nos han precedido, nos muestran de bulto este hecho, que la experiencia cuida de confirmar; se ha discurrido y disputado inmensamente sobre la religion; las bibliotecas estan atestadas de obras relativas á ella; y hasta en nuestros dias la prensa va dando otras á luz en número muy crecido: cuando pues viene el indiferente y dice: «todo esto no merece la pena de ser examinado; yo juzgo sin oir, estos sabios son todos unos mentecatos, estos legisladores unos necios, la humanidad entera es una miserable ilusa, todos pierden lastimosamente el tiempo en cuestiones que nada importan;» ¿no es digno de que esa humanidad, y esos sabios, y esos legisladores, se levanten contra él, arrojen sobre su frente el borron que él les ha echado, y le digan á su vez: «¿quién eres que así nos insultas, que así desprecias los sentimientos mas íntimos del corazon, y todas las tradiciones de la humanidad? ¿que así declaras frívolo lo que en toda la redondez de la tierra se reputa grave é importante? ¿quién eres ? ¿Has descubierto por ventura el secreto de no morir? miserable monton de polvo, ¿olvidas que bien pronto te dispersará el viento?

Digan lo que quieran los idealistas, no hay, ni ha habido ningun hombre en su sano juicio, que haya dudado seriamente de la existencia de un mundo exterior: esta conviccion es para el hombre una necesidad, contra la cual forcejaria en vano. El mundo exterior es para nosotros inseparable de lo que nos representa la idea de extension: ó no existe ó es extenso.

La verdad existia; y conocida y atacada por los siete mil que no habian doblado la rodilla ante Baal; cuando los tránsfugas vuelven y se acercan al número escogido, que no digan que restauran, digan que recobran; no dan, reciben; no iluminan al mundo, son ciegos á quienes la bondad de la Providencia les abre los ojos á la luz.

No tiene usted nada que agradecerme, señora. La palabra es palabra, y lo que siento es no haber podido enviarle más para que la digan misas. El año que viene, cuando algún amigo mío vaya para allá, tal vez le haga otra remesa.

-Y aun te sobra -dijo don Quijote-; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque, en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren; que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese.

Pregúntenlo a quien quieran, pregúntenlo a todos... digan ustedes agregó dirigiéndose a los criados, que se miraban azorados: deseaba provocar en el acto el testimonio de los presentes digan ustedes que la conocieron, que poseyeron su afecto, si es posible, si es creíble...

El libro está muy bien; lo que en él se dice es pura verdad, ¡si lo sabré yo!... y lo de los autores falsos y los libros inventados, todo envidia, envidia nada más... A lo que me molesta no es esto, sino que digan que el libro no es mío, que me pongan en ridículo ante el jefe, que, como usted sabe, me honró con un prólogo... Y de esto, toda la culpa es de usted, que no ha guardado prudencia, que ha hablado con el aturdimiento de la juventud y me ha puesto en ridículo, señor, en un ridículo que hace gran daño a mi carrera política.

Anita me engaña, es una infame ... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».