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El antiguo fondo moral de la raza helvética, la seriedad y la tristeza acumuladas en el corazón de la raza por efecto de la contemplación de los gigantescos Alpes; la rigidez casi ingrata de aquel protestantismo que excluyera de Ginebra durante un tiempo la música por ser un arte demasiado voluptuoso, se despertaron en él después de los primeros ardores, y a la ligereza algo intencional del joven poeta, sucedió la rectitud inflexible del hombre maduro.

Siempre es preciso tener en cuenta los ardores pruritosos, el prurito algunas veces general y voluptuoso, cuya significacion es mas bien nerviosa, si se tienen presentes, la palidez, la sequedad de la piel, el aspecto enfermizo, los ojos apagados, el calor y el frio desigualmente repartidos, las rubicundeces fugitivas, el calor en las palmas de las manos, su sequedad, ó su sudor viscoso, su temblor, la quemazon en la punta de los piés, que son otros tantos signos que revelan la astenia y la nerviosidad.

Quería presentarse ante la señora Liénard, dueño por completo de mismo, a fin de hacer más persuasivas sus palabras y arrancarle la confesión de su amor por el joven Princetot. Apresuró el paso como si la rapidez de la marcha hubiese tenido la virtud de avivar sus ardores y de espolear su voluntad.

Mascullaba amenazas e insultos que el señor no podía oír, furiosa de que alguien se atreviera contra su sobrino, amado cachorro en el que había puesto su esterilidad todos los ardores de una madre fracasada. Jaime se dio cuenta repentinamente de lo odioso de su acción. ¡Un hombre como él venir a provocar en pleno día a otro, en su propia casa! La vieja tenía razón para insultarle.

Sonrisa de alegría y esperanza contraía sus labios, mostrando su dentadura intachable. Su cara, que era siempre sonrosada, poníasele encendida, con verdaderos ardores de juventud en las mejillas.

No qué será: misterio decía el viejo cirujano con aire de duda . O estos chicos tienen carne de perro, o el cuerno, con todas sus suciedades, guarda una virtud curativa que desconocemos. Poco tiempo después, Gallardo volvió a torear, sin que esta cogida enfriase sus ardores de lidiador, como le vaticinaban los enemigos.

Guiomar, como si hubiera asido con ambas manos la herida abierta en su pecho por tanto dolor, pareció escurrir fuera de el exceso de aquella sangre culpable, cuyos ardores habían mancillado su honra. Enfermiza palidez enmascaró su rostro. Sus manos tomaron impresionante blancura entre sus vestidos de luto; y su alma se inclinó toda entera hacia el rayo de luz de la esperanza divina.

Ya la pálida novia que esperabas en busca de tus brazos ha llegado a enfriar los ardores de tu carne y a calentar las nieves de tu tálamo. El juego de sus dedos ha deshecho el trenzado de sedas del peinado y la luz moribunda de tu lámpara al soplo de su aliento se ha apagado. Sonríe, poeta del dolor, sonríe; la hora de los besos ha sonado...

La debilidad del cuerpo trae necesariamente flojedades lamentables al carácter más entero. Una enfermedad prolongada remeda en el hombre los efectos de la vejez, asimilándole a los niños, y el buen Bringas no se libró de este achaque físico-moral. El abatimiento encendía en él ardores de ternura, y la ternura se traducía en cierto entusiasmo mimoso. «Hijita, no me digas que eres mujer.

Pero el señor Fermín, el antiguo camarada, no era de éstos. Al verle se incorporó, cayendo en sus brazos, con ese estertor de los fuertes que se ahogan sin poder llorar. ¡Ay, don Fernando!... ¡Don Fernando!... Salvatierra le consoló. Lo sabía todo. ¡Valor! Era un víctima de la corrupción social, contra la que tronaba él con sus ardores de asceta.