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Actualizado: 2 de junio de 2025
Y como la historia ha de atreverse a decirlo todo, según manda Tácito, sépase que Anita, casta por vigor del temperamento, encontraba exquisito deleite en verificar la justicia de aquellas alabanzas. Era verdad, era hermosa. Comprendía aquellos ardores que con miradas unos, con palabras misteriosas otros, daban a entender todos los jóvenes de Vetusta. Pero ¿el amor? ¿era aquello el amor?
Pasados algunos días, noté en él una grande exaltación, casi un delirio, y esto me causaba una inquietud profunda; tres meses de lucha continua, presa de una fiebre ardiente, y que agravaba de día en día el clima y los ardores del sol abrasador de Nápoles, eran más que suficientes para abrasar su sangre e inflamar su cerebro.
La abundancia de hojas en lo más alto de las plantas formaba verde toldo, por el cual se filtraba tamizada y tenue la lumbre solar, mitigando sus ardores y formando caprichosos cambiantes de refulgente claridad y de sombra apacible. El kokila y otras aves cantoras entonaban sus trinos y gorjeos.
El corazón se entristece, nos quejamos; mas, sin ese sombrío cortinaje, ¿podrían resistir nuestras cabezas los ardores solares del Atlántico? Sin el diluvio de agua que asalta la otra cara del globo, el mar Indico y el mar de Coral, ¿sería posible resistir la fermentación producida por los cráteres de sus encanecidos volcanes?
Algunos de ellos tanto descendían en sus aspiraciones, que tocaban con las ramas á la tierra formando glorietas naturales, frescas, sombrías, mullidas. Á pesar de los esfuerzos inauditos que el sol había hecho durante todo el día para templar sus ardores en la frescura del césped, éste se hallaba todavía húmedo.
Nunca había sido Maximiliano muy dado a lo religioso; pero en aquel instante le entraron de sopetón en el espíritu unos ardores de piedad tan singulares, unas ganas de tomarse confianzas con Cristo o con la Santísima Trinidad, y aun con tal o cual santo, que no sabía lo que le pasaba. El amor le conducía a la devoción, como le habría conducido a la impiedad, si las cosas fuesen por aquel camino.
El clima de esta isla es bastante templado; pues á más del mar que la rodea dulcifican también los ardores del sol los muchos montes que en ella se encuentran, sin embargo que ocurren muchas tempestades y que la combaten los vientos del NE. contra los que no tiene ningún abrigo.
El piso se extiende en baches y altibajos; en el centro destaca el brocal desgastado de un pozo; un labriego, al sol, sobre un poyo de adobes rojos, duerme con la cabeza sobre el pecho y los brazos caídos; junto a él reposa un perro largo, enjuto, negro, luciente. Yo me siento un instante; este sosiego se me entra en el espíritu y aplaca mis ardores.
Abajo, en fin, se extienden los viñedos tapizando vastas extensiones, tanto en las colinas y faldas mas vecinas á los valles como en estos mismos, salpicados de villas y aldeas del mas gracioso y original aspecto. Al cabo de veinte minutos el viajero va á reposarse en «Martigny-la ciudad» de los ardores del sol y las fatigas de una marcha de diez horas hecha á discrecion de la mazorral mula.
Jadeaba al trotar, moviendo su vientre con doloroso vaivén. El regreso era más lento y tranquilo, cuando no se llevaban a casa nuevas remesas de labor. Caminaban cogidos del brazo por las aceras, tibias aún de los ardores del día. Humeaba la población al exhalar en la calma de la noche el fuego con que el sol la había caldeado. La circulación era en las calles menos densa que en el resto del año.
Palabra del Dia
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