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-En la manta no hice yo cabriolas -respondió Sancho-; en el aire , y aun más de las que yo quisiera. -A lo que yo imagino -dijo don Quijote-, no hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibajos, especialmente las que tratan de caballerías, las cuales nunca pueden estar llenas de prósperos sucesos.

Por razones análogas, el segundo galán deberá aproximarse bastante, en cualidades físicas y morales al primero; y el «barba» guardará cierta armonía aire familiar ó de parentesco con la «característica», y las otras figuras secundarias ó de relleno irán escalonándose de mayor á menor, pero sin brusquedades y suavemente, de modo que el conjunto no ofrezca suturas lamentables ni altibajos violentos.

Cuantos momentos tenía libres el paisanillo, dedicábalos a la contemplación de alguno de sus dos amores. No se cansaba jamás de ver los altibajos de la pierna del amolador, el girar sin fin de la rueda, el rápido saltar de las chispas y arenitas al contacto del metal, ni de oír el ¡rsss! del hierro cuando el asperón lo mordía.

Apenas visitaba las cuadras y pasaba mucho más tiempo en casa. La condesa le tenía secuestrado para todas sus excursiones y arreglos de jardín. Los niños también le retenían como un compañero que les servía en sus juegos. Las relaciones entre Pedro y la condesa habían experimentado asimismo algunos altibajos dignos de atención.

Y el aludido Monote, un gitanillo con el trasero al aire por las roturas del pantalón y la cara llena de costras, cogió el caballo del ronzal y salió corriendo por los altibajos de arena seguido de la pobre bestia, que trotaba displicente, como fatigada de una operación tantas veces repetida.

¡Buen consuelo para , que llevaba ya los riñones quebrantados de cabalgar por tantos y tan repetidos altibajos, y comenzaba a sentir en mi espíritu madrileño el peso abrumador de los montes y la nostalgia de la Puerta del Sol y de las calles adoquinadas!

Mon cher ami le cordonnier! entró diciendo el señor Colignon, con modulaciones y altibajos en la voz, que sonaban como las gárgaras de un pavo; los brazos abiertos, con que estrechó contra su corpacho al manso, dulce y enjuto Belarmino . Que yo os quiero, ilustre y simpático cordonnier. Yo también le quiero a usted, señor Coliñón, sin guardarle rencor por el mote.

Un soplo helado, un olor peculiar de moho y podredumbre, un verdadero ambiente sepulcral se alzaba del suelo lleno de altibajos, rehenchido de difuntos amontonados unos encima de otros; y entre la verdura húmeda, surcada del surco brillante que dejan tras el caracol y la babosa, torcíanse las cruces de madera negra fileteadas de blanco, con rótulos curiosos, cuajados de faltas de ortografía y peregrinos disparates.

Una real moza, con unos altibajos en el cuerpo que volvían loco a cualquiera. ¡Y qué «patria»!... Pero el torero torcía el gesto. Poquitas bromas, ¿eh?... Cuando menos se hablase de Carmen sería mejor.

El cielo está límpido, radiante. Salgo. Camino por las blancas calles de altibajos solados con guijarros. De cuando en cuando aparece un caserón enorme, dorado, negruzco, rojizo, con la portalada monumental de sillería.