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Y de los confines remotos llega y retumba en todo el valle el formidable y sordo rumor de un tren que pasa... La casa se levanta en lo hondo del collado, sobre una ancha explanada. Tiene la casa cuatro cuerpos en pintorescos altibajos. El primero es un solo piso terrero; el segundo, de tres; el tercero, de dos; el cuarto, de otros dos. El primero lo compone el horno.

Notó, sin embargo, Gonzalo cierta amabilidad y deferencia inusitadas en ella. Lo achacó al deseo de borrar el recuerdo de aquel pasajero, pero muy peligroso disgusto que habían tenido. Y así continuaron deslizándose los días serenos en la casa de don Rosendo, sólo turbados por los altibajos que la enfermedad de doña Paula sufría. Tan pronto estaba en pie como en la cama.

Ya les he hablado de mi prometida; suficientemente, me parece. Nuestras relaciones, con sus altibajos de confianza o de temor, de esperanza o de abatimiento, formaban una madeja demasiado complicada para que mis manazas pesadas pudieran desenredarla.

Todo menos volver al país de origen, tierra de lágrimas que le hacía recordar las noches frías junto al fuego mortecino, con el hijo en los brazos, esperando hasta altas horas el paso titubeante del maestro y sus balbuceos de beodo; los embargos afrentosos; las groserías de los acreedores; las tristes reflexiones ante una mesa que a veces se cubría de abundantes alimentos con los inesperados altibajos de la existencia bohemia y se manchaba con la espuma del champán, pero en la que casi siempre el pan y las patatas eran lo único valioso.

El piso se extiende en baches y altibajos; en el centro destaca el brocal desgastado de un pozo; un labriego, al sol, sobre un poyo de adobes rojos, duerme con la cabeza sobre el pecho y los brazos caídos; junto a él reposa un perro largo, enjuto, negro, luciente. Yo me siento un instante; este sosiego se me entra en el espíritu y aplaca mis ardores.

Celesto hizo una mueca horrorosa con su nariz multicolora. Porque es tiempo de manifestar que la nariz del mensajero no era bermeja, como a primera vista le había parecido a Andrés, sino que, dominando este color notablemente, todavía dejaba que otros matices, tirando a amarillo, verde y morado, se ofreciesen con más o menos franqueza entre los muchos altibajos y quebraduras que la surcaban.

Las cuchilladas, estocadas, altibajos, reveses y mandobles que tiraba Corchuelo eran sin número, más espesas que hígado y más menudas que granizo.