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En realidad, durante sus partidas de campo con mujeres, el español se preocupaba más de los preparativos culinarios que de satisfacer el sentimentalismo más ó menos frágil de la compañera que le había deparado la casualidad. Torrebianca había llegado á ver á través de esta alegría ruidosa y materialista cierto romanticismo que Robledo pretendía ocultar como algo vergonzoso.

Pero sus dedos, al sentir el contacto de la epidermis femenina, se inmovilizaron en voluptuoso desmayo para oprimir después, acariciadores, las manos de ella. Y como los ojos de Elena parecían implorar una respuesta á sus recientes preguntas, él hizo un movimiento con su cabeza: «». A partir de este día Watson fué el único acompañante de la esposa de Torrebianca en sus paseos á caballo.

Y convencida de que la fortuna que favoreció á los primeros Torrebianca acabaría por acordarse de su hijo, se alimentaba parcamente, comiendo en una mesita de pino blanco, sobre el pavimento de mármol de aquellos salones donde nada quedaba que arrebatar. Conmovido por la lectura de la carta, el marqués murmuró varias veces la misma palabra: «Mamá... mamá

Y Torrebianca empezó á darse cuenta de que todos necesitaban una víctima escogida entre los vivos, para que cargase con las tremendas responsabilidades evitadas por el banquero al refugiarse entre los muertos.

Pero ¿y las verdaderas? preguntó, asombrado, Torrebianca . ¿Y las que compraste con el dinero que te enviaron muchas veces de tus propiedades en Rusia? Robledo creyó oportuno intervenir para que no se prolongase este diálogo peligroso. No quieras saber demasiado, y hablemos del presente... Yo pagaré á tus domésticos; yo costearé el viaje de los dos.

Torrebianca no pudo ocultar su sorpresa ante la mirada inquietante de tantos ojos fijos en su persona. Luego se dió cuenta de una impopularidad que juzgaba inexplicable, y acabó cerrando las vidrieras con triste altivez. Pasados algunos minutos abrió Sebastiana la puerta de la casa, apoyándose en una baranda de la galería exterior.

Después de la llegada de los marqueses de Torrebianca sus predilecciones literarias, indeterminadas hasta entonces, se concretaron en pro de las fábulas que se desarrollan en un ambiente aristocrático, teniendo por héroes á personajes del llamado gran mundo.

Torrebianca les interrumpió con palabras de desaliento, como si juzgase imposible la realización del plan de su amigo. Para marcharnos, necesitamos pagar antes lo que debemos. ¿Dónde encontrar dinero?... Su esposa volvió á reir, haciendo al mismo tiempo gestos de estrañeza. ¡Pagar!... ¿Quién piensa en eso? Los acreedores esperarán.

Calló también el estanciero, mirándolo interrogativamente. ¿Y qué tenía que ver él con todo esto?... ¿Acaso había hecho el viaje por el simple placer de darle tal noticia?... Canterac dijo el oficinista tiene por padrinos al marqués de Torrebianca y al gringo Watson. Como los dos son ingenieros, no pueden negar un servicio tan importante á un camarada. A Rojas le pareció esto muy natural.

La insistencia de Elena en bailar con el mismo jovenzuelo había acabado por imprimir en su rostro un gesto de descontento igual al que mostraba Torrebianca. Siempre que pasaba ella en brazos de su danzarín, sonreía á Fontenoy con cierta malicia, como si gozase viendo su cara de disgusto.