Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 18 de octubre de 2025


Después de mirar los periódicos que estaban sobre la mesa, añadió: Como creo dificilísima tu salvación, mañana mismo salimos para la América del Sur. eres ingeniero, y allá en la Patagonia podrás trabajar á mi lado... ¿Aceptas? Torrebianca permaneció impasible, como si no comprendiese esta proposición ó la considerase tan absurda que no merecía respuesta.

Algunos hombres venían á unirse al público rudo, enardecidos por un sentimiento en el que se mezclaban la admiración y el deseo. Los mismos que habían mirado con indiferencia á la niña de la estancia de Rojas por parecerles un muchacho, se entusiasmaban viendo pasar á caballo, con falda de amazona, á la marquesa de Torrebianca. Eso es una mujer... ¡Vaya unas curvas!

Una parte la había oído ya Robledo en París: cómo se encontraron él y ella en Londres, la nobleza de su familia allá en Rusia, la alta posición de su marido en la corte de los zares. Pero ahora el tono del narrador era otro, y Torrebianca parecía dudar de aquel pasado que siempre había admitido de buena fe, exhibiéndolo con orgullo.

Las paredes eran de madera, los muebles pocos y rústicos, y mezclados con ellos vió sillas de montar, aparatos de topografía, sacos de comestibles. Todo estaba revuelto y sucio en esta vivienda dirigida por hombres distraídos á todas horas por las preocupaciones de su trabajo. Torrebianca sonreía con una amabilidad humilde, aceptando las explicaciones de su amigo.

Se sorprendió un poco el español al ver entrar á Torrebianca vestido con un traje negro de ciudad y una corbata de luto, pero todo cubierto de polvo, de tal modo que sus ropas parecían grises y su cabeza y sus bigotes completamente blancos. Vengo de Fuerte Sarmiento, de enterrar al pobre Pirovani... Me ha traído Moreno en su coche. Le invitó Robledo á sentarse á la mesa.

Fuera del hotel, el matrimonio montó en un automóvil elegante. El español prefirió marchar á pie hasta la plaza de la Estrella, donde tomaría simplemente el Metro. Era una tarde primaveral, de aire suave y cielo dorado. Robledo marchaba con una vivacidad juvenil. La imagen de su infeliz camarada Torrebianca pasó de pronto por su memoria. Esto no era extraordinario.

De voluntad fácil para el enamoramiento, Torrebianca andaba siempre en relaciones con una liejesa, y Robledo, por acompañarle, se prestaba á fingirse enamorado de alguna amiga de la muchacha.

El cansancio obligó á Elena repetidas veces á volver á la mesa; pero al poco rato ya estaba llamando con sus ojos al bailarín, que acudía oportunamente. Torrebianca no ocultó su disgusto al verla con este mozo antipático. Fontenoy permanecía impasible ó sonreía distraídamente durante los breves momentos que Elena empleaba en descansar.

Ella se siente tan segura de su influencia, que nunca llega á desesperar. Tiene en París muchas amistades; le quedan muchas relaciones de familia. Se estremeció al pronunciar la última palabra. ¡La cárcel!... ¿Ves , Manuel, á un Torrebianca en la cárcel?... Antes de que eso ocurra, apelaré al medio más seguro para evitar tal vergüenza.

Ambos habían olvidado de repente el español, y cada uno barboteaba las peores palabras de su respectivo idioma. Luego contempló á la marquesa de Torrebianca, que suspiraba como una niña, apoyándose en Watson. «¡Sólo nos faltaba semejante escándalo! se dijo . Temo que alguien va á morir por culpa de esta mujer

Palabra del Dia

mármor

Otros Mirando