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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Después todos parecieron olvidar al español, á causa de la curiosidad que les inspiraban los desconocidos salidos del coche. Primeramente echó pie á tierra el marqués de Torrebianca para dar la mano á su esposa.
Le tomó un brazo el español para tirar de él afectuosamente, llevándoselo de allí. Lo primero es huir dijo otra vez . Yo le daré los medios de hacerlo. Vámonos. Canterac se resistía á obedecerle, mirando al mismo tiempo á Torrebianca. Quisiera antes de irme murmuró decir adiós á la marquesa. Fué tan suplicante el tono con que hizo esta petición, que provocó en Robledo una sonrisa de lástima.
Torrebianca permaneció en Europa, y Robledo llevaba muchos años vagando por la América del Sur, siempre como ingeniero, pero plegándose á las más extraordinarias transformaciones, como si reviviesen en él, por ser español, las inquietudes aventureras de los antiguos conquistadores.
De tarde en tarde escribía alguna carta, hablando del pasado más que del presente; pero á pesar de esta discreción, Torrebianca tenía la vaga idea de que su amigo había llegado á ser general en una pequeña República de la América del Centro. Su última carta era de dos años antes.
A media tarde, luego de haber almorzado en la estancia de Rojas, volvió Moreno á la Presa y echó pie á tierra frente á la antigua casa de Pirovani. Torrebianca se paseaba por la habitación que le servía de despacho. Iba vestido de luto y su aspecto era aún más triste y desalentado que en los días anteriores.
Contrariado por su descubrimiento, fué aproximándose para saludar á la Torrebianca. Luego invitó á Watson, con ademanes y palabras en voz baja, á que se fuese con él; pero el joven fingía no entenderle.
Torrebianca había querido escribir, desistiendo al fin de tal esfuerzo. Se imaginó ver á su amigo, en las altas horas de la noche, arrojando la pluma que él acababa de descubrir caída en el suelo y diciendo con la indiferencia del que se considera ya por encima de las preocupaciones terrenales: «¡Para qué!...» Permaneció absorto, con estos papeles en una mano.
Y es un hombre bueno y pundonoroso: un caballero que ignora los actos de su mujer y el triste papel que va á representar.» Mientras el argentino le miraba con simpática conmiseración, Torrebianca siguió hablando. Como ninguno de los dos quiere dar explicaciones, y las injurias son de indiscutible gravedad, el duelo lo concertaremos á muerte. ¿No opina usted así, señor?...
Instintivamente empezó á mirar en torno de él, examinando la habitación. Vió sobre la mesa varios papeles, todos con una línea ó dos de letra de Torrebianca. Eran cartas empezadas por éste y que había juzgado inútil continuar.
Luego se llevó una mano á los ojos, y apoyando sus codos en las rodillas gimió sordamente: Era mi madre... ¡Mi pobre mamá, que tanto me quería! Hubo un largo silencio. Torrebianca, como si no quisiera mostrar su dolor en presencia de su mujer, se refugió en una habitación inmediata. Elena, ceñuda y malhumorada, le oyó gemir y pasearse al otro lado de la puerta. Así transcurrió mucho tiempo.
Palabra del Dia
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