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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Torrebianca, con una voz cada vez más angustiada, formuló otra pregunta: Y esos dos hombres, ¿crees que fueron á batirse ayer por Elena? Ahora ni siquiera hizo Robledo el gesto vago de antes y se limitó á bajar los ojos.
Saludó á los hombres con un movimiento de cabeza ceremonioso y protector, besando después la mano á Elena. Yo también, marquesa, siento ahora la necesidad de vestirme cuando llega la noche, lo mismo que en otros tiempos. Agradecida la Torrebianca á este homenaje, volvió la espalda á Moreno y ofreció una silla al recién llegado, junto á ella.
Le has sido muy simpático á Elena decía Torrebianca . ¡Pero muy simpático! Y se mostraba satisfecho, como si esto equivaliese á un triunfo, no ocultando el disgusto que le habría producido verse obligado á escoger entre su esposa y su compañero de juventud, en el caso de mutua antipatía. Por su parte, Robledo se mostraba indeciso y como desorientado al pensar en Elena.
Pero antes de alejarse sonó á sus espaldas una doble exclamación de asombro. ¡Ahí llega Fontenoy dijo la mujer , el gran protector de los Torrebianca! ¡Qué extraño verle en esta casa, que nunca quiere visitar, por miedo á que su dueña le pida luego un préstamo!... Algo extraordinario debe ocurrir. El ingeniero reconoció á Fontenoy en el grupo de gente elegante saludando á los Torrebianca.
Y dijo esto de buena fe, con el dulce optimismo de los que se sienten enamorados. Al día siguiente era domingo, y Watson fué por la mañana á la antigua casa de Pirovani para ver á Torrebianca. Necesitaba hablarle de un asunto relacionado con los trabajos de los canales.
En la calle central se formaron numerosos grupos de hombres y mujeres, hablando acaloradamente, al mismo tiempo que miraban con hostilidad la casa que había sido de Pirovani. Los nombres de Torrebianca y su mujer sonaban tanto como los de los adversarios que se habían batido.
Os escribiréis como novios; una ausencia larga reanima el amor. Además, puedes enviarla dinero para el sostenimiento de su vida. De todos modos, harás por ella mucho más que si te matas ó te dejas llevar á la cárcel... ¿Quieres venir? Quedó pensativo Torrebianca largo rato. Después se levantó é hizo una seña á Robledo para que esperase, saliendo de la biblioteca.
La vehemencia con que dijo esto volvió á conmover á Torrebianca, hasta el punto de hacerle llevar las manos á los ojos. Robledo aprovechó su emoción para decir lo que consideraba más importante y difícil. Yo te sacaré de aquí. Te llevaré á América, donde puedes encontrar una nueva existencia.
El dinero que él lograba aportar desaparecía como un arroyo en un arenal. Pero «la bella Elena» encontraba lógica y correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas de su amistad. Acogió Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para fiestas. Es de mamá dijo en voz baja.
Todo está bien pensado dijo ; pero en ese plan, ¿por qué ha de incluir usted solamente á mi esposo? ¿Por qué no puedo marcharme yo también con ustedes? Torrebianca quedó sorprendido por la proposición. Horas antes, al volver Elena á casa, había mostrado una gran confianza en el porvenir para animar á su marido y tal vez para engañarse á sí misma.
Palabra del Dia
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