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Actualizado: 18 de julio de 2025
Muchos de los negocios ideados por él acabarían siendo excelentes. Su defecto había consistido en pretender hacerlos marchar demasiado aprisa, engañando al público sobre su verdadera situación. Tal vez unos administradores prudentes sabrían hacerlos productivos, reconociendo los informes de Fontenoy como exactos y declarando que Torrebianca no había cometido ningún delito al aprobarlos.
Aún en medio de sus preocupaciones, Torrebianca pensaba en su mujer. ¡Pobre Elena! He hablado con ella hace un momento... Creí que iba á sufrir un accidente al contarle yo cómo había visto el cadáver de Fontenoy. Este suceso ha perturbado de tal modo su sistema nervioso, que temo por su salud.
Una doncella de la marquesa había enviado de París á Barcelona este equipaje, que representaba los últimos restos del gran naufragio de los Torrebianca. En torno á Elena se fué formando un corro de chiquillos y pobres mujeres, en su mayor parte mestizas, contemplándola todos con asombro y admiración, como si fuese un ser de otro planeta que acababa de caer en la tierra.
Los Torrebianca se han quedado con el dinero que dió Fontenoy para las verdaderas; ó han vendido las verdaderas, sustituyéndolas con falsificaciones. La mujer acogió con un suspiro el nombre de Fontenoy. Ese hombre está próximo á la ruina. Todos lo dicen. Hasta hay quien habla de tribunales y de cárcel... ¡Qué rusa tan voraz! Sonó una risa incrédula del hombre.
Watson parecía triste, y se limitó á contestar: Como hoy no trabajamos, voy á dar unos galopes por el campo. Al marcharse el joven acabó Robledo de vestirse, paseando después por el comedor. Cuando en sus evoluciones pasaba ante la puerta de la pieza ocupada por Torrebianca, sentía la tentación de entrar. Deseaba ver á su amigo. Un vago presentimiento le infundía cierta inquietud.
Da gusto vivir pensó al abandonar su hotel después de haber almorzado rápidamente en un comedor donde sólo quedaban los criados. Paseó toda la tarde por el Bosque de Bolonia, y poco antes del ocaso volvió á los bulevares. Se proponía comer en un restorán, buscando luego á los Torrebianca para pasar juntos una parte de la noche en cualquier lugar de diversión.
Dudó ella en hablar, y como transcurría el tiempo sin que el otro saliese de su actitud silenciosa, dijo lentamente: Supongo que este suceso, que nada tiene de inesperado, pues tú mismo lo has presentido muchas veces, no va á privarnos de asistir á la fiesta. Levantó Torrebianca el rostro para mirarla con ojos de asombro. ¿Qué es lo que dices?... Piensa que es mi madre la que ha muerto.
Desde hace unas horas continuó Torrebianca parece que veo las cosas con otros ojos. ¡Ay, las miradas crueles de esas pobres gentes cuando abrí ayer mi ventana!... Y hoy, durante el entierro, ¡qué tormento!... Yo que nunca temí á nadie, no he podido afrontar los ojos hostiles ó burlones de muchos trabajadores... El pobre Moreno me llevó aparte varias veces ó hablaba alto para que yo no pudiese oir los comentarios que sonaban á mis espaldas.
Torrebianca aún estaba libre, pero bien podía ser que lo vigilase preventivamente la policía mientras el juez estudiaba su culpabilidad. Aunque la frontera de España estaba lejos, la pasarían antes de que la Justicia hubiese lanzado una orden de prisión.
Y había tal tristeza y tal mansedumbre en esta súplica, que el español la compadeció, olvidando todo lo que pensaba contra ella momentos antes. Torrebianca, como si adivinase la repentina flaqueza de su amigo, dijo enérgicamente: O te sigo con ella, ó me quedo á su lado, sin miedo á lo que ocurra. Aún dudó Robledo unos momentos; pero al fin hizo con su cabeza un gesto de aceptación.
Palabra del Dia
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