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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Adiós, hijo de mi vida. Acuérdate de . ¡Que no fueran los minutos horas! Adiós... me muero por ti. Que no faltes. Y no te olvides del número. ¿Qué me he de olvidar, hombre? Primero me olvidaré de mi nombre. A la una en punto. Adiós, negra salada. Hasta mañana. Hasta mañana. Madrid. Diciembre de 1886. Parte cuarta En la calle del Ave-María i

Verdad es que no lo halló, pero dice que fué por impedirlo las aguas, y no por no existir: así aunque dudaba de esta noticia, y debia darla, aunque conociese que me pudieron engañar. Las noticias que me V. E. son tan circunstanciadas que parecen justas, y no las olvidaré cuando me puedan servir.

Ya está apuntado... Estese tranquila, niña, que no lo olvidaré... ¿Quiere que le muestre un abanico de papel de colores que le he traído del mercado? ¡Voy corriendo a buscarlo!... Disponíase Ramón a correr en busca del abanico; pero Lita lo contuvo, con aire importante: Me lo mostrarás otro día, Ramón. Ahora estoy muy apurada. Debo continuar pronto mi trabajo. Llévame pues al otro patio...

Por la última, seis rejas más allá. Pues vendré á las doce. Venid; pero no os abriré el postigo; bajaré á hablar. Bien, muy bien; me basta. Pues quedáos con Dios, que temo que mi señora me llame. Ve con Dios, y no te olvides de mi cita. No lo olvidaré; á las doce, por la última reja del lado de allá; ésta es la primera. Hasta luego. Hasta luego. La reja se cerró.

Comimos luego en un lujoso y aéreo Restaurant, situado en la Plaza de la Bolsa, cuyo dueño se llama como jamás olvidaré, Champeaux. Ignoro si este nombre puede tener para los oídos franceses alguna poesía; pero muy bien que es un nombre célebre, prosáica y dolorosamente célebre para mi afligido bolsillo, como verá el lector en el PARIS CURIOSO.

El hecho es que cuando llega el verano, cuando las charcas se secan y el blanco légamo de las acequias se agrieta con los grandes calores, es imposible habitar la isla. Yo pude apreciar eso una vez en el mes de agosto, viniendo a cazar ánades silvestres, y jamás olvidaré el aspecto triste y feroz de este paisaje abrasado.

En dicho camino es notable un puente que se eleva sobre el río Olla, dedicado á Nuestra Señora de la Sacristía, según leímos en la piedra. En Majayjay, fuí á parar á la casa del suizo D. Gustavo Tóbler, excelente naturalista, radicado y casado en el país. Jamás olvidaré las horas que pasé al lado de aquella inteligencia verdaderamente cosmopolita, y de aquella actividad incansable.

Apenas llegó la señorita Margarita á la plataforma y arrojó una mirada en el espacio que se abrió entonces ante ella, cuando la vi colocar oblicuamente la mano sobre sus ojos, como si sintiese un súbito desvanecimiento. Apresuréme á llegar á su lado. Este bello día al aproximarse á su fin alumbraba con sus últimos resplandores una escena grande, asombrosa y sublime, que jamás olvidaré.

Me parecía que iba a cometer un parricidio. A mis primeras palabras, su cara risueña y cordial se contrajo y tomó una expresión que nunca olvidaré, en la que se leían la sorpresa, la pena y muchos reproches. Me escuchó en silencio, dejándome enredarme en mis frases y sin ayudarme con una palabra en mi penoso discurso.

El tono general de la cultura venezolana es de una delicadeza exquisita. Nunca olvidaré la generosa hospitalidad recibida en el seno de algunas familias que conservan la vieja y honrosa tradición de la sociedad caraqueña. Pago aquí mi deuda de agradecimiento, no sólo personal, sino también como argentino.

Palabra del Dia

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