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A qué pensar en la infeliz muchacha a quien tanto amas, porque me amas, ¡, me amas con toda tu alma!... ¿A qué pensar en esta huérfana que no puede satisfacer tus ambiciones, ni corresponder a ese porvenir con que sueñas a todas horas? Rorró: no olvides lo que te digo hoy, en vísperas de separarme de : me olvidarás, y acaso muy pronto; ¡yo no te olvidaré!

La impresión que uno siente es fuerte, mucho más que la que produce el mono, cuyas muecas nos son antipáticas. Nunca olvidaré las focas del Jardín Zoológico de Amsterdam, delicioso museo, tan rico y bien organizado, y uno de los sitios más encantadores que existen en el mundo.

Si yo no hubiera apuntado tan bien aquellos cañones, quién sabe, quién sabe... ¿Y qué crees ? Aún puede que haga algo más; aún puede ser que si el viento nos es favorable, rescatemos mañana un par de navíos... , señor... Aquí estoy meditando cierto plan... Veremos, veremos... Con que adiós, Gabrielillo. Cuidado con lo que le dices a Paca. No, no me olvidaré.

Clara escucha ruborizada estas nobles palabras y murmura: Gracias, gracias, tío Leandro... Gracias todos. Jamás les olvidaré y espero que pronto nos hemos de ver. Y volviéndose a un criado añadió: Ve al comedor y bájame champagne y cigarros. Quiero que ustedes beban una copa y fumen un cigarro a mi salud y a la de mi marido.

Entonces leí muchos versos de Justo Sierra, las crónicas teatrales de Peredo, y las revistas que Altamirano escribía en «El Siglo XIX» y en «La Revista de México». No olvido ni olvidaré jamás el interés con que devoré algunos trabajos literarios publicados en aquellos días.

Yo he leído en un libro muy docto esta sentencia, que no olvidaré nunca. «La humanidad, en su vida colectiva, no ha nacido aúnTodo este largo pasado que llevamos ya, el vivir en la primavera del año máximo y el columbrar un extenso porvenir, esplendoroso y fecundo, no debe, sin embargo, alegrarnos en demasía, ni menos ensoberbecernos.

Jamás olvidaré cuánto nos reímos cuando Abelardo le trajo un pedazo de tocino en un cordel, y... pero ya conoce todo el mundo esta chanza clásica; luego bromeamos a sus costas con gran regocijo. La señorita Engracia no podía sufrirlo; le hacíamos creer que se había encaprichado con él, y le enviábamos al camarote libros y golosinas.

Cuando estés libre, sube á las cocinas; pregunta por el galopín Aldaba, y dile de mi parte que te lleve á casa de la señora María, la mujer del escudero Melchor... no te olvides. No me olvidaré. Allí tienes preparado y pagado el hospedaje. Es lo último que tengo que decirte. Conque vamos, hijo, vamos.

Pero, al decir esto, se interrumpió a misma al notar la profunda palidez del marqués: paróse, pues, y tocándole en la espalda con su pequeña enguantada mano, díjole: ¡Realmente lo siente usted mucho, amigo mío! ¡Siento que mi existencia se desploma! replicó Pedro, sonriendo con tristeza . Escúcheme... crea usted que nunca olvidaré cuánto le debo... Pero, ¿está segura de que se va al convento?

Pero Angelina no se olvidará de ; ni yo la olvidaré; me escribirá, y le escribiré, cada semana... ¡todos los días! Pero ¡ay! no la veré en muchos meses, tal vez en muchos años, porque al P. Herrera no le gusta separarse de su parroquia. Puede suceder que Linilla no me escriba; no habrá quién traiga las cartas, y pasarán días y más días, y yo... ¡sin saber de Angelina