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Actualizado: 22 de julio de 2025


Todo esto es muy bello, sin duda dijo el señor de Maurescamp, enderezándose dentro de su corbata , pero es puramente novela... ¡Siempre ese miserable espíritu de romanticismo que les pierde a todas!

Preocupándose de la integridad de su pechera dura y su corbata blanca, daba órdenes á una tropa de mestizas del boliche que se habían convertido en servidoras y preparaban las mesas para la fiesta de la tarde.

Después me apreté la hebilla del chaleco hasta quedarme sin respiración, y mi pobre hermana vieja estuvo a punto de perder la paciencia, a fuerza de hacer y deshacer, y volver a hacer, el nudo de mi corbata, al que no conseguía darle un aspecto bastante inspirado. Y, entretanto, siempre este pensamiento lancinante: «Hanckel, te estás poniendo en ridículo

Ni huellas del traje clásico de los días de fiesta de los castizos mareantes: la ceñida chaqueta y los pantalones y la boina de paño azul obscuro, ésta con profusa borla de cordoncillo de seda negra; corbata, negra también, y también de seda, anudada sobre el pecho y medio cubierta por el ancho cuello doblado de una camisa sin planchar; zapato casi bajo, y media de color.

Esto era lo que le consolaba de su miseria; especialmente la corbata, adorno que nadie llevaba en todo el contorno y él lucía cual un signo de suprema distinción; algo así como el Toisón de Oro de la huerta.

Este trabajo era su único medio de existencia fijo y ordenado. El dinero de una traducción representaba la comida, al anochecer, en una taberna frecuentada por las gentes del «oficio», periodistas de escaso sueldo, jóvenes de abundosas melenas y suelta corbata, que hablaban mal de todos, entreteniendo así la espera impaciente de una hora de celebridad.

Y sobre estos campos inquietos de mieses de acero, las banderas de los regimientos se estremecían en el aire como pájaros de colores: el cuerpo blanco, un ala azul, la otra roja, una corbata de oro en el cuello y en lo alto el pico de bronce, el hierro de la lanza que apuntaba á las nubes.

En este retrato, el joven señor estaba vestido enteramente al uso de Europa, de toda etiqueta, con corbata blanca y con un frac, tan admirablemente cortado y que le caía tan bien, que no soñaría hacerle mejor, ni Frank, el de Viena, ni el sastre más famoso de Londres. Por bajo de este retrato había otro letrero que decía: en traje de etiqueta para ir a un baile del Lord Gobernador de la India.

Los dijes del primo, la camisa de color, la corbata, las sortijas ricas y vistosas, las manos que parecían de señorita, todo esto encantaba a Edelmira que era también muy amiga de la limpieza y de la salud.

Las tres prendas eran azules, sin la más leve variación en su tono, escogidas con exactitud, como si este hombre pudiese sufrir crueles molestias saliendo á la calle con la corbata de un color y los calcetines de otro. Sus guantes tenían el mismo amarillo obscuro de sus zapatos. Ferragut pensó que este gentleman, para ser completo, debía llevar el rostro afeitado.

Palabra del Dia

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