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Actualizado: 22 de julio de 2025


¡Yo pensaba!... También hubo cambio de decoración en la fisonomía de Castro. Se puso más triste que la noche. En la guita, ; ya acabo de decírtelo.... Pues no, señor; aquí no viene nada de eso. Sólo hay un alfilerito de corbata que yo ¡tonta de ! he comprado al pasar, en casa de Marabini, como una prueba de que te tengo siempre en el pensamiento.

Ella, juvenil y ligera, parecía una flor de oro y nácar dentro de sus vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y un panamá de alas caídas, al que se arrollaba un velo azul.

Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes; pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas?

¡Ah! señorita Nancy dijo, haciendo girar la cabeza dentro de aquella corbata y sonriendo agradablemente al mirar a la joven , si alguien llegara a pretender que este invierno es riguroso, yo le diría que he visto florecer las rosas la víspera de año nuevo; decidme, Godfrey, ¿no sois de mi misma opinión?

Sus ojos paseábanse satisfechos sobre su persona, admirando el terno de corte elegante, la gorra con la que andaba por el hotel caída en una silla cercana, la fina cadena de oro que cortaba la parte alta del chaleco de bolsillo a bolsillo, la perla de la corbata, que parecía iluminar con lechosa luz el tono moreno de su rostro, y los zapatos de piel de Rusia dejando al descubierto, entre su garganta y la boca del recogido pantalón, unos calcetines de seda calada y bordada como las medias de una cocota.

¡Yo no he cambiado! le interrumpió Melchor con cierta vehemencia, suspendiendo la tarea de anudarse la corbata. ¡Son ellos los que me habrán hecho cambiar!... Los que supieron aprovecharme siempre que me necesitaron, y para sacarme el cuerpo el día que pude necesitar de ellos: ¡porque todos son así!... ¡Son ganas de quejarte! ¡Bueno!

Todas las personas eran para él fantasmas, y las malas pasiones una ilusión. No había mas que dos realidades: él y lo que le esperaba. Se vistió, después del almuerzo, con unas precauciones que le hicieron sonreir por su minuciosidad absurda. Hasta cambió de corbata, buscando otra de colores más apagados.

Los domingos, mi mamá tenía que ponerme la corbata y encasquetarme el sombrero, porque todas las prendas del día de fiesta parecían querer escapárseme del cuerpo. bien te acuerdas. Anda, que también te has reído de . Cuando mis padres me hablaron... así, a boca de jarro, de que me iba a casar contigo, ¡me corrió un frío por todo el espinazo...! Todavía me acuerdo del miedo que te tenía.

Las miradas de las jóvenes le daban razón; se posaban con simpatía en su elegante persona, admirando su irreprochable traje de verano, desde la corbata de batista clara hasta el barniz de sus zapatos amarillos donde se reflejaba el cielo.

Garabato, luego de abrocharla, hizo el nudo de la larga corbata, que descendía como una línea roja, partiendo la pechera, hasta perderse en el talle del calzón. Quedaba lo más complicado de la vestimenta, la faja, una banda de seda de más de cuatro metros, que parecía llenar toda la habitación, manejándola Garabato con la maestría de la costumbre.

Palabra del Dia

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