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Actualizado: 10 de junio de 2025
Dentro de pocos días preparaba una sorpresa a los sarrienses. Después de muchos trabajos, se consiguió que desembuchara. Estaba en tratos con el célebre Marabini, frenólogo, prestidigitador. Acaso el martes... sí, el martes o el miércoles podrían admirar sus habilidades en el teatro. Traía además cuadros disolventes y un lobo domesticado.
¡Yo pensaba!... También hubo cambio de decoración en la fisonomía de Castro. Se puso más triste que la noche. En la guita, sí; ya acabo de decírtelo.... Pues no, señor; aquí no viene nada de eso. Sólo hay un alfilerito de corbata que yo ¡tonta de mí! he comprado al pasar, en casa de Marabini, como una prueba de que te tengo siempre en el pensamiento.
Tres o cuatro veces se detuvo delante de los escaparates aunque se advertía que más que por curiosidad se paraba por el estado nervioso en que la persecución tenaz del jovencito la había puesto. Cerca de la Puerta del Sol, sin duda para huirla, resolvióse a entrar en la joyería de Marabini.
Estas llenaban los bordes de las ventanas y puertas, y la pared de la casa mostraba una fachada de muecas. Enfrente, el escaparate del Marabini, lleno de magníficos brillantes, manifestaba al público tentadoras riquezas. «Dejemos esto, chica dijo D. José a su ahijada, que miraba embebecida las joyas . Esto no es para nosotros». De repente la de Rufete anduvo hacia la Puerta del Sol. «¿Otra vez?
Palabra del Dia
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