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Agapo se descubría, como ante una imagen, y entraba en el comedor y se sentaba, , señor, se sentaba en una silla de rejilla, porque allí no temían que lo manchara todo con su contacto; en la alacena no faltaba el trozo de carne fría guardado para él, o el platito de arroz con leche o el resto de carbonada, que la señora calentaba por sus manos en la maquinilla de alcohol.

El aspecto de la habitación, tan austero que rayaba en lo pobre; su puerta y las inmediatas, cerradas con llave; aquel hombre extenuado, envuelto en un ropaje burdo y desaliñado, sobre el que destacaban la cara lívida, de ojos hundidos y relucientes, y las manos cadavéricas; aquella alacena de fondos negros, y en otro fondo de ella, más negro aún, una caja de hierro oculta por una trampa más o menos ingeniosa; una luz tétrica iluminando la estancia, y fuera de ella los bramidos del huracán, me estaban pareciendo en conjunto un pasaje de melodrama, en el cual desempeñaba yo un papel de galán joven, protegido del desalmado usurero, por uno de esos incomprensibles antojos del corazón humano.

Fué a la alacena, sacó un plato en que se veían restos de los hojaldres desdeñados por el niño la noche antes, y lo puso delante de Agapo, quien, dejando finezas a un lado, empezó a devorar glotonamente. ¿No estás borracho? preguntó la señora, mirándole a la cara. ¡Oh! no protestó el atorrante. Pablo Aquiles te encontró ayer en un estado deplorable. Era día de la patria... y había que festejarlo.

Pues entre nosotros los curas, pasa por una gran verdad que la conciencia se descarga más fácilmente teniendo el estómago repleto que vacío. Conque así, mi amigo, antes de pasar adelante va usted á fortalecer el suyo con algo que le voy á dar... Porque ha de saber usted, señorito, que yo tengo siempre de repuesto en esta alacena un poco de lastre para los pecadores.

Algunas viejas se habían apoderado de la alacena, y á cada momento preparaban grandes vasos de agua con vino y azúcar, ofreciéndolos á Teresa y á su hija para que llorasen con más «desahogo». Y cuando las pobres, hinchadas ya por esta inundación azucarada, se negaban á beber, las oficiosas comadres iban por turno echándose al gaznate los refrescos, pues también necesitaban que les pasase el disgusto.

Embutílos todavía más para hacer lo que me ordenaba mi tío; llegué con las manos al bulto, que tenía cuatro caras, duras y frías, como que eran de hierro; doblé los dedos sobre las aristas del fondo, y tiré hacia , pero no me bastó el primer tirón, porque era muy pesada la caja, y tuve necesidad de repetirle con mayor fuerza para arrastrarla hasta la boca de la alacena, donde la dejé por encargo de mi tío.

Contra lo que esperaba, nadie se dio por enterado de lo acaecido, ni le dijeron una palabra sospechosa. D. Jaime había arreglado ya el asunto, contando que se había caído por alcanzar un jarro de leche de lo alto de la alacena, mientras Rosa se había ido a ver una vecina.

Pero Sebastián encontró el libro en una alacena, se lo llevó a su cuarto, y empezó a copiarlo a deshoras de la noche, a la luz del cielo, que en verano es muy claro, o a la luz de la luna.

Procedimos a ello, es decir, procedí yo, porque mi pobre tío no estaba para moverse de la silla, y a duras penas logró sacar de la argolla la llave de la arqueta después de cerrada y abierta por varias veces bajo su dirección, para que no se me olvidara el secreto de la cerradura, y mientras iba yo colocando cada cosa en su sitio y trancaba la alacena, cuya llave quiso separar también del llavero, y separé yo al fin, a sus instancias, por no tener él fuerzas ni paciencia para hacerlo.

Hay una pequeña alacena que hace veces de archivo, con papeles antiguos, con títulos de las Universidades de Orihuela y Gandía, con cartas de desposorio, con ejecutorias de hidalguía, con nombramientos de inquisidores.